Doce años en el poder del Partido de los Trabajadores (PT), que pudieran aparecer como muchos y, a la vez, desgastantes, han activado una corriente de cambio.
Esa es la primera lectura que salió en limpio de la primera ronda de las elecciones presidenciales en Brasil, que de nuevo retornará a las urnas el domingo 26 de octubre, para definir la carrera entre la actual presidenta Dilma Rousseff y el senador Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
¿Por qué una corriente de cambio? Porque así lo ponen en evidencia los resultados del domingo pasado. La sucesora de Luiz Inacio Lula da Silva obtuvo 43,27 millones de votos (41,59%). Sus rivales directos, el socialdemócrata Neves y la ecologista de izquierda Marina Silva, en su orden, cosecharon los apoyos de 34,66 millones y 22,17 millones de sufragantes.
Un dato adicional: en el espectro político del gigante sudamericano se halla cautivo un caudal de unos 10 millones de electores. Estos votaron en blanco o anularon sus papeletas. De ellos, la mayoría no necesariamente se perfila como un potencial respaldo a la actual ocupante del presidencial Palacio de Planalto.
Para decirlo de otro modo: a la heredera de Lula quizá le faltan pocos puntos porcentuales para alcanzar la cota más alta de apoyo electoral.
En contraste, la candidatura de Neves, exgobernador del estado de Minas Gerais, dibuja una curva ascendente desde hace 14 días. Y su techo no parece tener fin, a menos de tres semanas de la segunda ronda. Ayer mismo, Silva ya reveló su decisión inicial de apoyar al senador, aunque con una serie de condiciones.
La postura de la ecologista no sorprende: fue blanco de los ataques desde todos los lados del oficialismo.
Rousseff, en cambio, cuenta con el sostén del poderoso aparato estatal. También, está a su lado Lula, un personaje acostumbrado a ganar en situaciones de desventaja, como ocurrió en el 2002, cuando el PT llegó al Gobierno.