El Hospital Roberto Gilbert, de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, tiene cinco salas para atender a neonatos. Foto: Elena Paucar/ EL COMERCIO.
A las 40 horas de vida tuvo que ser acogida por una cálida incubadora. Han pasado 20 días desde que Narcisa llegó debilitada a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales del Hospital Francisco de Icaza Bustamante, en Guayaquil.
Era un código rojo. Uno de sus pulmones había colapsado y sufrió un infarto. La pequeña nació en Babahoyo, en Los Ríos. Desde esa provincia tuvo que ser trasladada después de una cesárea de urgencia.
“Es increíble cómo la herida ha sanado”, dice la pediatra Katherine Arévalo, su médico tratante, al ver la zona por donde ingresaron un tubo de tórax para darle oxígeno. Narcisa estira sus manos con fuerza para defenderse del frío estetoscopio que roza su pecho durante un control de rutina.
Ese jueves (14 de marzo del 2019) sus padres no estaban en la sala; salieron para preparar su regreso a casa. Ese día Narcisa recibió el alta.
“Cuando una mujer se embaraza lo único que espera es que su hijo nazca sano, no importa si es niño o niña -comenta Carmen Arreaga, líder del Servicio de Neonatología del Icaza Bustamante-. Pero la estadística global demuestra que al menos 10% de los niños nace con complicaciones y requiere algún tipo de soporte”.
Problemas respiratorios, infecciones, prematurez, neumonía y bajo peso al nacer son las principales causas de morbilidad en menores de 1 año que registra el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Estos problemas afectan a cerca de 79 000 niños, el 28% de los casi 278 000 nacidos en promedio por año en Ecuador, entre 2015 y 2017.
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Diminutos e indefensos, se aferran a la vida en salas de cuidados críticos, en medio de sondas y monitores. Algunos resisten; anualmente, cerca de 3 100 niños mueren antes de cumplir el primer año. Otros, como Narcisa, vencen las barreras. “Las niñas son más fuertes -dice su doctora-. Es un factor hormonal”.
Con ella coincide la neonatóloga Aurora Grijalva, del Hospital Roberto Gilbert, de la Junta de Beneficencia. “Los varones son más delicados. Hay niñas que nacen a las 32 semanas (un embarazo normal es de 40), y ni siquiera necesitan oxígeno”. Para demostrarlo habla de Amelia Valentina y Amelia Rafaela, las gemelas que ingresaron el pasado 18 de febrero.
Mayra Segovia, mamá de las bebés, recuerda que las complicaciones comenzaron en el tercer mes de embarazo. Sufrió preeclampsia, anemia crónica y las niñas nacieron prematuramente. “La vida de mis hijas es un milagro”.
La especialista Grijalva explica que la falta de controles prenatales, los embarazos adolescentes, en algunos casos ligados al consumo de drogas; las infecciones de la madre y los partos múltiples son parte de los factores de riesgo.
Valentina fue la primera en salir. Pesó 1 200 gramos -lo normal es 3 000-, y hasta el miércoles 13 de marzo seguía en una incubadora del hospital, a la espera del alta.
Rafaela vio la luz siete minutos después, con 1 800 gramos. Ella salió antes de cuidados críticos y mientras su mamá cuida de su hermana, ella se acurruca en el pecho de Margarita Franco, su madrina y madre sustituta por estos días.
En su primera consulta, la pediatra neonatóloga Daicy Velasteguí comenzó un plan estricto para que Valentina gane 70 gramos diarios. Los prematuros pierden peso en la primera semana de vida, pero deben luchar por alcanzar 2 000 gramos a corto plazo para que su desarrollo no se estanque.
Mantener la alimentación con leche materna a través de sondas, el apego piel con piel, aunque estén rodeados de equipos; mitigar el riesgo de infecciones hospitalarias y procurar sacarlos de la ventilación mecánica en corto tiempo es el protocolo de atención que resume el neonatólogo José Ramos, del Icaza Bustamente.
Los problemas respiratorios son la primera causa de complicaciones. Hay cerca de 8 700 casos al año, según los registros que maneja el INEC.
“Cuando un niño recibe oxígeno por tanto tiempo se corre el riesgo de afectar el nervio óptico -dice Ramos-. Así que manejamos múltiples estrategias para sacarlos adelante”.
Noa sufrió hipoxia o falta de oxígeno al nacer. Quedó atrapada en el canal vaginal durante el parto y requirió pasar por varias terapias de soporte hasta lograr respirar por sí sola.
“El diagnóstico dice que no podrá caminar ni hablar. Pero si logró salir de algo tan difícil, confío en que lo hará otra vez”, dice con fe Karina Suárez, madre de la niña, hoy de cinco meses. La semana anterior regresaron a la unidad que las acogió para saludar a los doctores.
Especialistas, enfermeras y terapistas respiratorios se convierten en una segunda familia para los pequeños. Muchos mantienen el contacto luego del alta, en las consultas de control. Los casos más complejos, como el de Noa, requerirán un seguimiento continuo con neurólogos, oftalmólogos, otorrinos y fisioterapeutas.
El crecimiento de Adán también será monitoreado. El bebé se acurruca en su incubadora, acoplada como un cálido nido. Cuando escucha la voz de sus padres reacciona con pataditas y tiernos pucheros.
“Le digo: cúrate rápido para que podamos ir a casa; él se ríe”, dice con inocencia su mamá. Ella tiene 15 años.
El niño nació a las 33 semanas y casi de inmediato fue entubado. Respiraba con dificultad y casi no reaccionaba. Apenas pesaba 1 300 gramos. Ahora, dos meses después de un duro tratamiento, está listo para conocer su hogar.