El helicóptero Dhruv quedó pulverizado en Cachemira, norte de la India. Dos oficiales del Ejército de ese país murieron. La nave se estrelló el miércoles, pasadas las 19:43, y quebró dos ideas que por estos días se habían instalado como verdad total en Ecuador: primero, no es cierto que los Dhruv ya habían dejado de volar en la India y, después, más relevante, no existen certezas sobre las verdaderas causas de sus siniestros.
El Dhruv es fabricado en la India y sigue en servicio en las Fuerzas Armadas de ese país. En la base de datos de Flightglobal’s Ascend Fleets, se reseña que esta semana el Ejército indio tenía 73 de esos helicópteros en operación.
Desde el 2002, sin embargo, esa fuerza militar ha perdido casi el 20% de su flota: 16 helicópteros se accidentaron, cinco de ellos segaron vidas.
Con ese récord, ahora ni las autoridades indias toman como concluyente la hipótesis de errores humanos en esos accidentes, no solo por la alta recurrencia -una colisión por año en promedio- sino porque en el último hecho falleció nada menos que un teniente coronel, con miles de horas de vuelo e instructor de pilotos.
Luego del primer accidente en Ecuador (octubre 2009), la prensa ecuatoriana descubrió que la compra de helicópteros fue definida por la Fuerza Aérea Ecuatoriana con carácter de ‘emergente’, y que se optó por los aparatos Dhruv, pese a que no cumplían requisitos exigidos en las bases, como aquel (luego considerado ridículo) de recibir las certificaciones FAR y JAR de la Aviación de EE.UU. O aquella olvidada exigencia al vendedor de reemplazar piezas y reparar naves averiadas en máximo 90 días. Cinco años después, los helicópteros estrellados en Ecuador suman cuatro; los otros tres están averiados.
La contratación, esa en la cual Ecuador fue comprometido a pagar USD 47,3 millones (con 2,1 millones de interés) hasta el 2018; y los cuatro siniestros, son desafortunadas coincidencias.
Y tienen un remedio: la transparencia. Las vidas militares perdidas lo merecen.