En los días previos a la renovación de las autoridades de la Asamblea pudo haberse visto la quizá mejor expresión de la política: las estrategias que se usan para alcanzar el poder. Poco se sabe de ellas; pocas trascienden. Son sus secretos. Y lo que se conoce es porque quieren que se conozca.
Fue una semana electoral (y también lo será la próxima con la conformación de las comisiones). Pero tiene una característica: se llega a un cargo no por el voto popular que requiere de una campaña (al fin de cuentas, el apoyo ciudadano lo tuvieron hace dos años, que es mucho tiempo en los vaivenes de la política). El puesto se obtiene mediante el ‘lobby’, las negociaciones.
Así se supone que ha sido en estos días y así ha sido siempre en todos los parlamentos. Pero en la democracia ecuatoriana de hoy-superadora de la que ha vivido el país desde su fundación, según palabras que repite el oficialismo-, la hegemonía abrumadora de Alianza País impide que estos diálogos brinden algún fruto.
La negativa de la mayoría de asambleístas para que Diego Salgado represente a la mayor organización política de oposición (Creo) en el Consejo de Administración Legislativa (CAL), es la muestra de que si bien se pueden abrir las puertas, no necesariamente es para que algún acuerdo se concrete.
Para algunos, el ‘lobby’ es una aberración que atenta en contra de los ideales de la democracia, de su ‘deber ser’. Pero el ejercicio de la democracia se afianza en la política y esta no es -no será- pura, por más que se hable en contra de la partidocracia y de la politiquería. En la obra de teatro ‘Las manos sucias’ de Jean-Paul Sartre se refleja este dilema moral-político.
¿En Ecuador se eliminó el ‘lobby’? No. Pero adquirió otras dimensiones. Al parecer, para Alianza País apenas se trata de una concesión para que los opositores tengan un espacio en el CAL, siempre y cuando sea la figura que AP quiera. Y lo que decida el oficialismo queda encerrado en las paredes de un ‘taller’.