No hay música, pero las 25 personas presentes en la sala igualmente bailan. Lo hacen al compás de su propia respiración, de sus latidos. Pero sobre todo, lo hacen bajo la dirección de Julie Barnsley, una bailarina inglesa que estuvo en Quito esta semana para sacar el movimiento reprimido que cada ser humano lleva dentro de sí.
Como parte del Primer Reencuentro con la Danza y el Festival Internacional de Danza Contemporánea, que comenzó el lunes y culmina esta noche (organizado por el Frende de Danza Independiente), una treintena de personas subía cada mañana hasta el cuarto piso del edificio de los espejos, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, para recibir una clase magistral de experimentados bailarines que trabajan la danza contemporánea en la región latinoamericana.
El lunes, la maestra mexicana Ruby Tagle dio inicio a esta experiencia que permitió que bailarines ecuatorianos de todos los niveles (desde amateurs hasta profesionales) compartan nuevas sensaciones y puntos de vista sobre su pasión.
El martes es el turno de Julie, quien a sus 54 años es tan vital y flexible como una veinteañera; parece hecha de plastilina.
Ella inunda el salón con su voz sonora que no ha aprendido del todo a pronunciar el español, aunque lo habla hace 25 años. Radicada en Caracas (Venezuela) desde 1985, actualmente dirige la Compañía Aktion Kolectiva, que se presenta hoy a las 20:30 en el Teatro Variedades.
“¡Bellísimo! Todo es columna, todo es conexión, fluidez, aire… Ahora en tu propio tiempo, encuentra tu velocidad, siente la palpita de tu corazón”; en el piso, 24 mujeres y un hombre se ovillan y desovillan buscando su voz interior, animados por Julie, con quien compartirán por casi dos horas el placer, casi animal, de moverse, de bailar.
Mientras cada uno trata de interpretar la ‘partitura’ propuesta por la profesora, el esfuerzo corporal se deja sentir a través de la respiración, que es fuerte y entrecortada. Pasados los primeros 40 minutos toda la sala huele a sudor, sobre todo cuando los bailarines obedecen a Julie y se sacuden con energía, saliéndose de control, “rompiendo su eje”.
De repente, todos están de pie, y empiezan a trotar, a saltar, a correr… a desvariar con el cuerpo. “Fluyan como si fueran pura agua”, les dice Julie y ellos se alborotan aún más; la sala parece una olla de agua en ebullición.
Tras este breve calentamiento, profesora y bailarines se enfrentan a la improvisación. Con tres pequeños gestos, cada uno de creación individual, en pareja crearán “signos coreográficos”; es decir, movimientos de baile. Diez minutos después, como si se tratase de un acto de magia, van naciendo breves coreografías; que se pulen gracias a la repetición y a los consejos de Julie: “El tiempo y la respiración son todo en el momento de la creación”, les recuerda. Los cuerpos sudan, las caras sonríen.
Al alboroto y los aplausos, sigue una rueda de preguntas. Sentados en corro, maestra y alumnos conversan; comienzan con ‘las herencias’ que recibe quien aprende de quien le enseña. Julie cuenta que fue afortunada porque ella aprendió con quienes bailaron con Martha Graham (estadounidense precursora de la danza contemporánea), como Jane Dudley (de EE.UU.) y el británico Bob Cohan. Aunque reconoce al mismo tiempo que esa escuela era demasiado rígida, e incluso llegó a dañar, física y sicológicamente, a muchos bailarines. Ella prefiere suscribir a la corriente posmoderna, donde la desestructuración del cuerpo lo hace moverse en toda su potencialidad.
El grupo también habla de la Bauhaus y de cómo la geometría influye en la danza; o de la “fisicalidad” como la posibilidad de salir de lo figurativo para entrar en la abstracción con el cuerpo: “Podemos hacer lo mismo que Kandinsky hacía con sus cuadros”, dice Julie exultante.
Las preguntas continúan, la conversación fluye como el agua, hasta que es hora de irse, hasta que todos aplauden y uno a uno se acercan a Julie para hablarle, y para abrazarla.