Los fuertes vientos acompañados de una lluvia intensa dejaron en las costas de Manabí pánico y destrucción, en la noche del lunes.
A las 22:00 de ese día, Luis Mero, junto con su padre José, salieron de la casa para dirigirse al parqueadero de las lanchas de fibra de vidrio, frente al puerto de Jaramijó. Ellos buscaban sus tres embarcaciones que fueron arrastradas por la fuerza del mar.
50 lanchas que se encontraban en el lugar, cerca al muro de rocas que separa el Tramo 1 de la vía Puerto-Aeropuerto, fueron lanzadas por las fuertes olas hacia la pared de granito.
“Las naves se partieron en dos. Parecía que alguien las levantaba con fuerza”, contó Carlos Macías, chofer de un taxi.
A las 23:00, el malecón se llenó de gente. Habían propietarios de lanchas y curiosos. Por la confusión, se registró el robo de motores fuera de borda, pomas con gasolina y aretes de pesca. Así lo reconoció el capitán José Vera.
Mero, su padre y otros 150 pescadores se lanzaron al mar para tratar de rescatar lo que quedó de las embarcaciones. Pablo Risco llegó a pescar desde la provincia de Santa Elena, hace ocho días.
Ayer, hasta las 13:30, él y su hermano Vicente trataban de remolcar la lancha, que estaba virada. Luego de cuatro horas de buscar en la zona, encontró el motor. Estaba destruido. “Qué pena, no sirve ni para repuestos”.
A la misma realidad se enfrentaron otros 45 pescadores. Cada uno perdió entre USD 12 000 y 15 000, en esos montos están incluidos los precios del motor fuera de borda, de las artes de pesca y de la embarcación de fibra.
Risco estaba desesperado y con una voz débil decía que no sabe qué hacer. “Perdí mi único capital, mi instrumento de trabajo. Ahora, pasaré de ser capitán a ayudante en las faenas de pesca”.
Mientras los pescadores luchaban contra las olas buscando sus naves y los motores, en tierra se vivía otro drama. Los techos de zinc de 25 casas de las parroquias Los Esteros y Tarqui se desprendieron por la tormenta.
Estrella Castro vive en el barrio 6 de Diciembre, en la playa de Tarqui. Para ella, ese tipo de fenómenos naturales no son usuales. “Por la televisión me enteré de que ocurren en el Caribe. La verdad es que parecía el fin del mundo. Creí que el fuerte viento me iba a elevar al cielo”.
En el cantón Jaramijó, en el noroeste de Manta, Bertha Cedeño llora la muerte de su hijo Ronald José Anchundia, de 23 años.
Él salió en plena tormenta, para tratar de salvar su lancha. Socorristas del Cuerpo de Bomberos de Manta y de Jaramijó, en 10 lanchas y con la cooperación de 30 pescadores, participaron en el operativo de búsqueda. A las 11:00 de ayer, el cadáver fue hallado en el norte del poblado.
La casa de Segundo Miguel Mero, de 78 años, tampoco soportó la fuerza del viento. Las paredes de ladrillo y la cubierta de zinc terminaron en el piso. Él, su hija y sus nueve nietos alcanzaron a salir de la casa a tiempo.
“Si no reaccionábamos rápido, hubiéramos quedado atrapados entre los escombros”, comentó, preocupado, Mero.
Una antena de una empresa telefónica también se desplomó. La estructura cayó en una zona donde no hay viviendas. En total, en Manabí, cuatro casas se desplomaron, 96 están afectadas y hay 100 lanchas dañadas.
Roque Mendoza, director de la Secretaría de Gestión de Riesgo (SGR) Manabí, informó que la presencia de la tormenta no fue advertida por el Inocar
Con esa opinión coincide Sofonías Rezavala, jefe del Cuerpo de Bomberos de Manta. “El fenómeno natural cogió desprevenidos a los habitantes de las zonas bajas cercanas al mar”.
Cuando el viento empezó a golpear con fuerza contra la casa de Fabián Basurto, en el barrio Lazareto, a 300 metros de la playa de Tarqui, él corrió con dirección a una parte alta. Llevó una mudada y una botella de agua. “Eso tenía listo junto a la cama. Alguien debería monitorear el clima y alertar a la población a tiempo.
Para Patricio Goyes, director técnico del Inocar, es difícil alertar sobre un fenómeno natural, cuando los patrones atmosféricos salen de lo normal. “Lo que hacemos es comunicar a tiempo, cuando ya hay la emergencia”.
Los fuertes vientos coincidieron con el inicio de un nuevo período de oleajes, que durará hasta hoy, según el Inocar.