Una breve historia. Cualquier parecido con la realidad ecuatoriana es pura coincidencia. Digo esto ante el constante ataque de autoridades gubernamentales a la prensa. Bueno, relato. Había una vez un país que se caracterizaba por su democracia, hasta que se designó temporalmente a un emperador. En esa bella nación existían leyes que se las respetaban, como una llamada de Radiodifusión y TV, en que se otorgaba al Mandatario la facultad de acudir a los medios para trasmitir mensajes en cadena. Esa ley disponía que esos espacios el jefe del Poder Ejecutivo los podía usar, exclusivamente, para informar de las actividades relacionadas a sus funciones.
Esta norma empezó a ser abusada, por cuanto el emperador de esa lejana y hermosa tierra, mal utilizando la disposición legal, la empleó hasta en temas personales, si se quiere íntimos. No en asuntos de Estado, como lo ordenaba la ley.
Esto se evidenció, aún más, cuando propuso, como ciudadano particular y no en calidad de jefe de Estado, una denuncia criminal en contra de un medio y del autor de un artículo de opinión. Al mismo tiempo ordenó que las estaciones de radio y TV transmitieran un mensaje en que atacaba al diario y al periodista. El emperador utilizó franjas radioeléctricas de propiedad del Estado, para exponer sus argumentos en un juicio particular, no en representación de la nación. En el supuesto de ganar la querella criminal, los jueces ordenarían que el dinero que tendrían que pagar el diario y el articulista, fuera al bolsillo del ciudadano supuestamente ofendido, no a las arcas del Fisco.
Para atender la querella criminal por injurias a su honor, dejó sus labores como jefe de ese Estado, para asistir a la audiencia de juzgamiento. Su hombría de bien estaba en juego, y él no podía sino reclamar un dinero porque alguien, en su íntima convicción, mancilló su nombre. Las supuestas injurias fueron proferidas en contra de él como persona, no como emperador de esa lejana nación.
Pero en ese lejano reino también existía un Código Penal que sancionaba a funcionarios públicos que hubieren abusado en beneficio propio de bienes muebles o inmuebles del Estado. Esa figura se calificaba de peculado. Aún más, en ese país, a muchas leguas de distancia de aquí, se ordenaba que serían responsables de ese delito quienes utilizaren bienes del Estado con fines extraños al servicio público. Pero los súbditos de ese imperio no se atrevían a protestar.
El suceso en esa nación, lejana de nuestro país, ya no causa estupor, por el temor a ese emperador… pero algún día la tiranía desaparecerá y quienes hubieren cometido delitos podrían ser perseguidos.