Tanta bulla por los toros. Tanta indignación por la tortura a los pobres animalitos. Y a la vez, tanta indiferencia por la vida. Por los puñales con los que la miseria exculpa al que mata por celos con una puñalada trapera o al que aplasta el gatillo y le da el tiro certero que acalla la voz del actor. Tanta indiferencia frente a los sin nombre que, acorralados por mafias, deudas y chantajes, han sido blanco del tiro del sicario mientras la sociedad, dando las espaldas a la escena del crimen, justifica la sangre en el pavimento con argumentos tan vagos y torpes como aquellos de que “ha sido por ajuste de cuentas, a nadie le matan porque sí… en qué estaría metido… han sido colombianos… han sido refugiados”, como si esos ya fueran atenuantes para el mortífero final de un ser humano. Mejor no ver, mejor no enterarse, mejor no saber el móvil del crimen ni exigir que se investigue, mejor que se arreglen “allá, entre blancos”, mejor salir a pintar defendiendo la vida del toro a tener que ver cómo, por ejemplo, en México, 37 000 personas han muerto en los últimos cinco años en la guerra sin cuartel de las mafias de la droga.
Tanta ecología, tanto buen vivir, tantos derechos de la naturaleza y otras novelerías más, parecen antídotos para justificar nuestra indolencia, dosis de anestesia para estar en paz aunque el ambiente esté envuelto por una nube de violencia y miedo, bálsamo para ignorar los aporreados derechos, no de la naturaleza, sino de las personas, vulnerados por la ausencia de recursos para defenderlos.
Las discusiones insulsas sobre el trato cruel para con los animales caen al vacío, se vuelven palabras al viento…¡como si esos fueran los males más graves de una sociedad enferma de indiferencia y de doble moral que oye sin pestañear, sin inmutarse siquiera, que han encontrado pedazos del cuerpo de una mujer en fundas plásticas en una quebrada quiteña! Tanta ovación que se ha puesto de moda a las consignas en defensa de la vida, cuando parece que la vida no vale más que un celular; dura lo que la sangre fría del que aprieta el gatillo tarda en reventar los vidrios de un auto detenido en el semáforo… Pareciera que hay vidas que valen más que otras porque tienen nombre y pasan a sumar la barra de una estadística… pero no… los muertos van siendo más, enterrados en silencio y en la sombra, mientras el llanto de sus familias, hijos, padres, no se quiere escuchar.
La vida no vale nada cuando otros se están matando, cuando se tortura a un hermano, cuando se clava el puñal en el corazón de un muchacho de 21 años y se justifica el crimen adjetivándole de “pasional”. La vida no vale nada cuando no nos conmueve, cuando no queremos ver, ni sentir, ni saber, anestesiados por la retórica con la que lavamos nuestra conciencia.