El asambleísta César Rodríguez, en respuesta a acusaciones de haber “traicionado a AP” y “al proyecto”, por abstenerse en la elección de T. Arias a la Judicatura, respondió: “¿traición a qué?, ¿a qué proyecto?”. Hicimos la misma pregunta por años, sin lograr debate.
Al inicio del gobierno, el programa era la plataforma electoral. Un grupo de intelectuales lo formuló y lo consideró fundacional. El hermano del Presidente, en cambio, detalló que el programa presidencial seguía otras pautas, como la doctrina social de la Iglesia. Así, cada cual tenía su programa. La clase media indignada de la política encontró que esa mezcla de principios éticos, de renovación del Estado y el nacionalismo del discurso presidencial, la representaba. Sin embargo, eso no hace proyecto; son posturas que pueden concretarse en más de una política. Pero con el lema “se hace camino al andar” cada cual pensaba que su idea era la misma que la presidencial. Así lo ven izquierdistas y contrapuestos dentro de AP, o los universitarios recién salidos de la enciclopedia que sin pasado político ni opción ideológica se descubrieron de izquierda al adherir a Correa en puestos de decisión.
Las posturas y el programa primeros se modificaron. Se volvió prioridad un primer plan de desarrollo, luego vino el del buen vivir. Pero, por encima de todo papel, se ha impuesto la palabra presidencial. No necesariamente hay concordancia ni continuidad entre una y otra de estas propuestas. Ahora está ya más claro que si bien Correa puede tener un discurso de izquierdas según los temas y circunstancias, las principales políticas, entre otras las económica, cambian color. Nada sorprendente, el pragmático mandatario, en su afán constante de ganar poder, se moldea a las circunstancias y a sus impresiones. Sin embargo, el nuevo poder personalizado sigue sin ser visto así por parte de quienes hacen AP.
Para muchos, los que dirigen AP como los que lo defienden sin crítica, lo hacen por su interés de estar en el Gobierno o de recibir sus beneficios, pero es insuficiente explicación. Es la sociedad ecuatoriana misma la que prefiere no hacerse preguntas ni buscar respuestas. Puede ser que el pasado reciente siga pesando como contraste con lo que ahora tiene y hace valer más la legitimidad que la legalidad, la imposición que la participación, la creencia de que el caudillismo no desestabilizará más en el futuro, o que el futuro no es asunto del presente. Por eso, militantes de izquierdas, a sabiendas que no hay programa o los del papel no lo son o que el programa es el Presidente, se niega a ver que pierde espacio y que son otros los que ganan en nombre de la izquierda; prefiere incrementar la lógica caudillista que le dejará sin espacio mañana.