Leo en este Diario que dos cineastas criollos están rodando una película sobre nazis. En principio, mientras más se filme aquí, mejor, pero en un medio tan incipiente llama la atención que hubieran escogido uno de los temas más trillados del cine occidental. Y no basta con que uno de ellos, Schlencker, tenga ancestro alemán.
Siempre me ha preocupado la persistencia del tema nazi. Como si Hitler y su banda criminal hubieran encarnado todo el mal del siglo XX. El diablo abandonó rabo y tridente para lucir exclusivamente la esvástica y escupir en alemán. Pero si Hollywood estuviera en África, por ejemplo, los malvados serían Leopoldo II, los negreros, los colonialistas franceses o portugueses. Y acá tuvimos Pinochets y Videlas. Sin embargo, los nazis parecen generar una fascinación perversa, que mezcla la elegancia del conde Drácula con la sumisión enferma de ‘Portero de medianoche’.
La lista es larga, hasta Marlon Brando hizo de oficial alemán, pero quiso el azar que una vecina me prestara ‘Julia’, película que había visto treinta años atrás pero que permanecía clavada en mi memoria. La miro otra vez sin pestañar, asombrado de que conserve toda su fuerza y belleza. ¿Por qué conmueve y sigue vigente? ¿Por los nazis que representan al Estado totalitario e instauran el terror al que se enfrentan las protagonistas? No, eso se ha visto demasiadas veces. Hay otras claves más importantes, que responden al puro cine.
Primero: las soberbias actuaciones de Jane Fonda en el papel de la escritora Lillian Hellman, norteamericana de origen judío, y de Vanessa Redgrave como Julia. Para confundirlo todo, cuando Redgrave recibió el Oscar de 1978 a Mejor Actriz de Reparto, saludó al público por no haberse dejado amedrentar por “unos sionistas” que la habían amenazado por respaldar la causa palestina en otro filme. Escándalo en Hollywood, claro, aunque paradójico pues la culta y aristocrática Julia había desertado de su familia millonaria para comprometerse con la defensa de los judíos perseguidos por los nazis en un Berlín al borde de la guerra. Y ello le costó, primero la pierna tras una agresión brutal; luego la vida.
Segundo: el guión, que también ganó un Oscar. Alvin Sargent adaptó las memorias de Hellman, de suerte que la historia de dos amigas tiene el encanto de la vida real, donde el amante y consejero de Lillian es el escritor de novela negra y activista de izquierda, Dashiell Hammett, representado por un impecable Jason Robard, tercer Oscar para ‘Julia’. Como si faltaran argumentos, ahí están Maximilian Schell, miembro de la organización clandestina, una debutante Meryl Streep y un giro dramático perfecto: en la cima del éxito, Lillian, al solo pedido de su amiga, se lo juega todo introduciendo dinero a Berlín en tren. Una joya.