María Mero teje desde que tenía 11 años. A su madre le enseñó su abuela y así, generaciones atrás, hasta que es imposible saber quién fue la primera persona de la familia que tejió un sombrero.
Lo que se sabe es que esta tradición nació en Montecristi, Manabí, en medio de montañas, calor y una refinería que debió ser y, por el momento, no es. Ahora María teme que se pierda esta costumbre, pues cada vez son menos los jóvenes interesados en aprender a tejer un sombrero.
María teje ocho horas al día, como un trabajo cualquiera. La diferencia es que ella no para fines de semana, feriados o festivos. Recuerda que iba a la escuela con su sombrero y hacía los nudos mientras sus profesoras le hablaban de historia, geografía o matemáticas.
El trabajo de María se valora según el tamaño de los nudos del tejido. Mientras más pequeño, ajustado e imperceptible es, su valor sube. En cambio, si los hilos de la paja toquilla son menos apretados, el valor baja.
“Me demoro hasta tres meses en tejer un sombrero”, dice María. Cuando habla, solamente levanta la mirada en la primera palabra de la oración, el resto del tiempo su mirada está fija en el tejido.
Los sombreros que María teje en tres meses cuestan USD 2 000. Por lo general son vendidos en Europa y Estados Unidos.
También hay otros más económicos, con el tejido menos apretado, cuyo costo bordea los USD 100.
“En esos me demoro unos 15 días”, sostiene la tejedora. Hay otros artesanos que ofrecen sombreros mucho más económicos, que generalmente se venden en las playas de la Costa ecuatoriana.
En manos de intermediarios
María no se encarga de vender sus sombreros a la gente. Siempre hay alguien que la visita y compra para revenderlos.
Estas personas siempre quieren pagar menos, con eso aumentan su margen de ganancia. Para eso utilizan pretextos como que no hay demanda, o que ya no se paga ese precio en estos días.
“Yo sé tejer sombreros, no sé hacer dinero”, asegura María. Confiesa que defiende su precio, ya que es su trabajo y la fuente de sustento de su hogar.
María dice que la paja es noble y no le lastima sus manos. Que al principio sí lo hacía. Pero es un recuerdo de hace más de 50 años, cuando era una niña y comenzó a tejerlos con su madre.
Tampoco le molesta la vista ni la posición, pues la mayoría de su trabajo lo hace reclinando el pecho sobre una superficie dura, para tener las manos libres para tejer.
Un proceso largo
El epicentro del tejido de los sombreros de paja toquilla es la comunidad de Pile, en Montecristi. En el año 2019 el Gobierno de ese entonces reconoció y capacitó a 80 artesanos del lugar que se dedicaban a este saber ancestral.
El sombrero de paja toquilla es parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde el 5 de diciembre de 2012.
La elaboración de un sombrero se inicia al cocer la paja toquilla. Es el primero de 14 pasos que debe dar antes de salir a la venta.
María no participa en muchas fases de la producción del sombrero. Paga para que le cosan el protector del sudor y el cintillo decorativo, para que lo ahúmen en un horno de madera con azufre y que lo apaleen hasta que agarre su forma definitiva. Pero acompaña a sus obras en cada uno de sus pasos ya que los considera como hijos, a los que hay que cuidar siempre.