La idea inicial habrá sido, alguna vez, que las ciudades sean espacios organizados para vivir de cara a la plaza y al patio de la casa, y no en la soledad del campo. Pero, la idea se pervirtió y, salvo excepciones, la realidad las transformó en sitios en los que la existencia se llenó de tensiones, el vecindario de hizo barriada, el parque degeneró en basurero, la belleza arquitectónica se reemplazó con la infame cursilería del cemento. Y la inseguridad derogó los demás sueños. Las ciudades, al menos las latinoamericanas, por efecto de la modernidad, quedaron como el desmentido más dramático a aquellas ilusiones civilizadoras.
Quito es el ejemplo de la ciudad imposible, del barrio degenerado en vecindario anónimo, de los servicios públicos desbordados, de la indolencia de una ciudadanía que solo existe en el folletín político. Es el ejemplo de la Municipalidad abrumada e impotente. Habitantes y autoridades, ambos, estamos metidos en el drama de una capital cada vez más extraña, distante, áspera e inhumana. El paisaje –lo que dejan ver los rascacielos- y la persistencia del centro histórico que sobrevive de milagro, son las excepciones que confirman las diarias tiranías de esta selva de tráfico y cemento.
Vaya usted lector, cualquier mañana por la ruta a Cumbayá, y verá el desfile de camiones, plataformas, transportes de cemento, volquetes municipales, buses, automóviles y busetas escolares. Y verá la interminable fila de vehículos. Verá a los conductores fruncidos, a los choferes agresivos y a los pasajeros vociferantes. Y sufrirá el riesgo de los audaces que rebasan, de los mocitos de gorra y gafas que bajan invadiendo vía y haciendo gala de irresponsabilidad, y no se diga, la arbitrariedad de camioneros y buseros, y la ausencia de policías. Y seguramente usted, que planeaba estar en su destino en media hora, quedará atrapado en el puente sobre el Machángara, que se balancea discretamente. Y, claro está, llegará con media hora o más de retraso, los pelos de punta, los nervios crispados y arruinada la mañana.
Ante tan agobiante asunto, que ya es crónico, una idea, señor Alcalde de San Francisco de Quito: ahora, en vísperas de que se produzca el colapso total de esa vía, y de otras, con la apertura del nuevo Aeropuerto, ¿por qué no organizar y disciplinar el tráfico pesado, al menos en las horas pico? ¿Por qué no prohibir la circulación de esos mastodontes entre las siete y media y las diez de la mañana, y entre las cinco y siete y media de la tarde? ¿Por qué no sancionar con multas ejemplares a los que violen las reglas, y a los dueños de los vehículos que incurran en ellas?
De no hacerlo, le auguro, como sufrido conductor de esa vía, que pronto el colapso será total y que más fácil será llegar a pie, porque la bicicleta está condenada al ostracismo por tantos malandrines que usan los vehículos como arma.