La última reunión de jefes de Estado y de gobiernos en Cartagena de Indias dejó la sensación de fracaso y de ser quizás la última Cumbre de las Américas. No solo la falta de transparencia a la hora de debatir los temas, sino la ausencia de un compromiso de llevar adelante las recomendaciones, ha acelerado el fin de este tipo de encuentros cuya multiplicación en los últimos años no ha pasado de ser una “photo oportunity” de sus participantes. Ellas llaman más la atención por los sucesos secundarios que por la preparación, desarrollo de agenda y profundidad en la discusión de los temas colocados en debate. Pasa igual con la cumbre iberoamericana, la de Unasur, Mercosur y otras similares donde interesa más los dislates de algún Jefe de Estado o los escándalos de la seguridad antes que una verdadera acción conducente a encontrar puntos comunes en la agenda de la lucha contra la pobreza, la inequidad, la legalización de las drogas o la seguridad. Es imperiosa la necesidad de rediseñar un modelo diferente de estos encuentros que lleve consigo la ejecución concreta de un pacto de caballeros que pase del discurso a la acción.
La cumbre de Cartagena nos ha traído mas dudas que certezas en torno a los puntos en discusión y ha dejado el sabor amargo de no poder desarrollar una agenda común entre países americanos que convierta la región en un área comercial y económica que nos libere de la miseria y de la inseguridad en la que viven millones de habitantes de este continente que tiene números asombrosamente negativos en proporción inversa a sus grandes potencialidades y riquezas. El desarrollo de una agenda tiene que superar los odios y resentimientos porque sin ellos es imposible construir un modelo de confianza que permita sentar posiciones comunes ante demandas globales. EE.UU. debe reconocer una realidad diferente en la región y actuar en consecuencia y los gobernantes americanos están obligados a superar los resquemores y dudas históricos que solo han producido rezagos que parecen imposibles de ser superados.
Estas cumbres también tienen que tener el marco de un desarrollo de agenda seria y confiable que ponga plazos a las determinaciones que se tomen y no acaben en ser simples foros declamativos inconducentes al desarrollo de los pueblos. Madurez y responsabilidad es lo que cabe reclamar de los líderes nacionales en estos tiempos en que la economía muestra un lado positivo mientras el desarrollo social y político se muestra distante de la necesidad de encontrar cauces comunes que liberen de la angustia de sobrevivir a millones de latinoamericanos. Sin claridad de propósitos y sin un margen de confianza real y cierto estas cumbres terminan siendo mas borrascosas que las esperanzas de gobernados y gobernantes comprometidos con el desarrollo de sus pueblos.