Ha un poco más de cinco años la revista The Economist saludaba con gran jolgorio el éxito del modelo español y lo ponía como ejemplo en un mundo que parecía no tener límites para los de la ‘Madre Patria’, nadie en su mejor juicio podría creer que siete años, después en la Cumbre Iberoamericana de Cádiz, el jefe de Gobierno Mariano Rajoy hablara de admitir a los jóvenes españoles que quisieran radicarse en América Latina y al mismo tiempo ofrecía grandes facilidades, entre ellas la residencia, a los que quisieran invertir en la devaluada y golpeada España.
Los datos son tan abrumadoramente pesimistas como ese que afirma que requerirá más de una generación volver a colocar a España en el carro del desarrollo y la prosperidad. A un año del Gobierno del PP, la frase de Rajoy de que “España no está para fiestas…” resumía con claridad la crítica realidad de un país que es hoy modelo del fracaso de la política y de la economía. El escritor Pérez Reverte no ahorró críticas a los políticos: “Una casta golfa desvergonzada, incompetente y corrupta” al tiempo de solicitar la invasión de los bárbaros (alemanes) para arreglar un país al borde de la bancarrota.
Viendo a la gente en la calle pareciera que para un país que pasó una terrible Guerra Civil en primera mitad del siglo XX y una larga dictadura como consecuencia, la situación no se muestra tan apocalíptica como hablan los medios. Para algunos, España se reconciliará de nuevo con lo que ha sido siempre su rol en Europa y es probable que deje de asumir un disfraz que pareciera caerle bien pero que sin embargo no era sostenible en el tiempo. Hay casi 500 000 políticos para una población de 47 millones, Alemania con el doble solo tiene 150 000. Es evidente que el despilfarro y la falta de racionalidad en el manejo de la cosa pública no favorece ni al crecimiento y mucho menos al desarrollo. Este país no puede sostener el liderazgo que querría tenerlo como con las cumbres iberoamericanas. Es probable que la de Cádiz haya sido la última. Toda una metáfora incluso para la propia América Latina, cuyos habitantes fueron excluidos y limitados su ingreso a España y que ahora deban acoger a muchos entre los 5 millones de parados de una economía a expensas de lo que le digan los alemanes.
Hay siempre lecciones que aprender de las crisis, una de ellas es racionalizar la administración política ciñéndose a criterios que construyan institucionalidad fuera de desplantes y altanerías populistas que muchas veces consiguen hacer crecer un Estado disminuyendo su capacidad para hacer que la gente viva mejor. Los números nos son favorables ahora en la Región pero no por mucho tiempo si seguimos construyendo una realidad de discurso muy lejos de una democracia institucional que realmente funcione para la gente.