Es tal la trascendencia de elegir a quien será el hombre más poderoso de la aldea global como que millones de ciudadanos del mundo entero participamos en tal contienda electoral vía ‘mental mail’. Mi voto fue por Barack Obama.
Razonamientos no me faltaron, más bien me sobraron. Son los mismos, reforzados, de cuando voté por un hombre brillante que logró la Presidencia de los Estados Unidos pese al color de su piel y de haberse presentado como cuestionador de un sistema que fue deshumanizándose conforme la codicia de las corporaciones no tenía límites, llegando en su beneficio a orientar la política exterior del país que podía imponerse por las buenas y por las malas.
En sus primeros cuatro años como presidente, Obama ha hecho lo posible, lo que se podía hacer ya y bien, como el nuevo sistema nacional de salud, pese a la oposición salvaje de los republicanos. Un Obama bien plantado se enfrentó a los bárbaros que pretendían imponer leyes contrarias a los derechos de los seres humanos cuando de inmigrantes era el caso. Mayores cargas tributarias a quienes más tienen un empeño de política socioeconómica que va abriéndose camino en la mente de los norteamericanos. A mi juicio, líderes mundiales como Obama son los que anuncian la posibilidad cierta de un nuevo orden económico. Un signo de los nuevos tiempos: las grandes universidades norteamericanas en el plan de contribuir al desarrollo de los países periféricos con la formación de quienes serán sus futuros dirigentes. En aquellos claustros, uno de ellos Harvard en el que estudió Obama, a nadie se le ocurre lavarle el cerebro al prójimo, de ahí los niveles de excelencia a los que han llegado. Tan solo cuando se respeta el pensamiento ajeno se llega a la luz del conocimiento.
Cueste lo que cueste debe mantenerse el programa espacial, el liderazgo en cuanto a la fabricación de elementos bélicos, las investigaciones científicas orientadas a vencer el cáncer y a descubrir los secretos que guarda la corteza cerebral de los seres humanos. Deben ser centenares los centros industriales que se hallan relacionados con tales actividades. Imparable el calentamiento del planeta. Pese a sus desvelos por un mundo mejor, en sus pesadillas el presidente Obama debe verse con los hombros caídos. Valiente como es, se mantendrá en su decisión de contribuir a un nuevo orden económico y político mundial, en el que por lo menos haya paz, aunque siempre a la humanidad le costará caro su obsesión por ir más allá.
Repito lo ya dicho en esta columna: para mis hijos y para mí Estados Unidos ha sido el país de los maestros y colegas generosos y fraternos. ¿Qué de extraño resulta sí, con tal antecedente, se me da por creer que dado lo que significa su reelección el presidente Obama se constituye en el mejor aliado de los países latinoamericanos?