La frase de un ex monarca francés ha sido sujeto de estudio a lo largo de los años mostrándolo como una muestra de autoritarismo y rechazo a la participación colectiva de la ciudadanía en la toma de decisiones del estado. Algunos creen que construía con ello una representación del estado ausente en su tiempo. Pero, con claridad el presidente que se atribuye la representación del poder en su persona y determina los canales a través de los cuales se comunica con sus mandantes (muchos de ellos necesariamente críticos a su gestión) lo hace por imperio del concepto democrático occidental que justamente nació como contestación al poder omnímodo de los reyes sobre el pueblo. La revolución francesa fue un acto de rebeldía en contra de aquellos que determinaban la suma del poder público en su persona y el desprecio a todo aquel que cuestionara la administración personalista y autoritaria.
Una tendencia renovada en democracia es pretender falsamente encarnar los valores absolutos del poder democrático cuando su característica reside en la fragmentación necesaria que obliga al diálogo y finalmente al consenso en las políticas públicas que se quieren implementar. El presidente que determina su prensa amiga o enemiga en realidad finge valores democráticos y encarna actitudes autoritarias que riñen profundamente con la tradición occidental de democracia de la que somos tributarios y al mismo tiempo difusores. No le hace nada bien a un sistema confuso y sin referentes, que alguien desde el inquilinato del poder le diga al propietario del sistema (la sociedad en su conjunto) con quienes y cómo se comunicara con aquellos a los que sirve.
La larga lucha por la democracia nos demanda a todos un compromiso de velar por los valores de un sistema democrático difícilmente conseguido y sostenido. Las razones de su debilidad radican muchas veces en esta manera torpe y autoritaria de administrar los bienes públicos como si fueran parte de una hacienda privada y, hacerlo con actitudes y gestos autoritarios que muestran con claridad los propósitos de su acción gubernativa.
Una democracia que se precie debe proteger no solo las formas sino insistir en la responsabilidad de afrontar los temas de fondo que generalmente se buscan esconder con subterfugios en donde las cuestiones secundarias ocupan un rol central de manera forzada, inútil o innecesaria si no fuera porque nos advierte y previene de actitudes autoritarias de ciertos gobiernos que dicen representar al pueblo y sus valores democráticos pero en realidad hacen lo contrario y llevan a perder oportunidades históricas para varios de nuestros pueblos embelesados por estas cuestiones y evitando hablar de pobreza, inseguridad, corrupción y falta de transparencia. Como diría Ortega y Gasset en un país latinoamericano: “argentinos.. a las obras”.