La ausencia de políticas de estados eficaces que reduzcan la pobreza, construyan institucionalidad democrática, controlen los niveles de inseguridad y atenúen las desigualdades es muy frecuente encontrarlos en varios países de América Latina de manera recurrente. Son tareas duras y complicadas que requieren construir consensos amplios y de proyección. Cuando se carece de esas capacidades generalmente algunos gobernantes recurren a la violencia o la provocación en el ánimo de concentrar el interés ciudadano en temas secundarios para no realizar las cuestiones trascendentes e importantes.
Generalmente se ataca a un sector social o económico para luego determinar grupos donde la provocación rinda mayores dividendos para el gobernante incapaz de hacer la tarea que se necesita. La prensa por su capacidad de reproducir los ataques directos se convierte en un blanco ideal. Se ataca primero a sus propietarios, se intenta dividir la tarea de la difusión informativa de la empresa periodística para luego censurar, perseguir, condenar o expulsar. Claro, todo dentro de un falso esquema democrático donde los mandatarios, que tienen las espaldas, el costado y el frente bien cubiertos se enfrentan a adversarios débiles en estados iguales. Esto generalmente da tiempo para no hacer lo que se debiera, para distraer las cuestiones centrales o simplemente para usar el poder en la forma menos enderezada hacia los intereses nacionales. Hemos visto esta misma película en varios países latinoamericanos en donde a pesar de los buenos tiempos económicos la gente sigue viviendo mal. Los niveles de inequidad no se reducen, la pobreza aumenta, la criminalidad crece, los índices de migración e inmigración siguen altos mientras la clase gobernante deja pasar el tiempo distrayendo a sus prosélitos o adversarios en luchas absolutamente secundarias e intrascendentes para las urgencias que el país tiene.
Cuando se haga el arqueo final se observará de qué manera varios gobernantes mantuvieron sus ciclos en el poder usando subterfugios como los de atacar a la prensa, a los periodistas o construir amenazas externas con invitados internacionales cuyo único objetivo es provocar un debate innecesario que no reduce para nada el malestar de la gente con su realidad. La vista del líder iraní cuestionado severamente al interior de su propia revolución islámica es un caso típico de la política de la distracción y de la provocación. Se cree tontamente que invocando a los dioses contrarios al “imperialismo” será suficiente para vivir mejor o al menos tener la sensación de vivir en democracias con mayores oportunidades para todos. Siempre hay más de un elemento listo para sostener el ciclo de la pobreza, la inseguridad y el atraso. Y, lamentablemente abundan los que como afirman en la jerga futbolera: se comen el amague.