‘La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”, decía don Quijote a su escudero Panza, luego de abandonar el castillo de los duques en el que gozaron de regalo y comodidades, porque: “las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre”.
El caballero no entendió la libertad como posibilidad de elegir, entre las aventuras, aquella cuyo cumplimiento diera mayor honor a la existencia, sino como creación de desafíos en los que probar el vigor de su brazo y la valentía de su corazón. Peleó contra los innumerables brazos que él creyó de gigantes y eran aspas de molinos de viento; liberó de sus cadenas a galeotes e hizo desatar a Andrés, el muchacho azotado por su amo; horadó los odres de vino de la venta que tomó por castillo, y si de ninguna de sus innúmeras batallas salió triunfante, siempre salió honrado. Libérrimamente anduvo por el mundo deshaciendo agravios, honrando doncellas y liberando de endriagos, gigantes y malandrines los rincones de la faz de la Mancha -que era la de la Tierra- hasta el fin.
Libertad y honor se pierden hoy en un mar de comodidad, dispersión y abandono. Palabras ligadas a la de libertad dejan de existir sin que a su pérdida acompañe la nostalgia: grandeza, pundonor, fama adquieren significados ligados a la imagen que, reducida a la pura exterioridad, lo condiciona todo .
Don Quijote, en su lu minosa libertad, se inventaba razones de batallas para, en la honra de ganarlas, ganar el amor de Dulcinea; a partir de la contemplación de los valores en los libros de caballerías nació su ansia de acción; siglos más tarde formularía Goethe lo que don Quijote comprendió vitalmente: ‘gris, caro amigo, es toda teoría y eternamente florece el árbol de la vida’. A Alonso Quijano no le bastó contemplar: quiso asumir la condición de caballero andante que sus historias le mostraban, y probarse a sí mismo. Esta elección suprema le permitió subsistir desde su locura hasta nosotros y mucho más allá.
Quizá ya no es tiempo de este evocar antiguas ilusiones presentes en la imaginación de pocos. Mas lo que no tiene soporte ni demostración lógica posible, como el sentido actual de libertad, tan condicionado desde fuera y aun desde dentro de nosotros mismos, requiere otra forma de enfrentamiento, pues es casi imposible encontrar hoy las virtudes que han de acompañar su ejercicio: ideal, nobleza, responsabilidad, valentía; la libertad, que de tan traída y llevada ya no es libre, bien merece enfrentarse en la imagen del caballero que la ejerció hasta la triste lucidez del fin .