El odio a los judíos tiene muy remotos antecedentes históricos y cruentas manifestaciones: las invasiones asirias, babilónicas, persas, romanas, bizantinas y árabes, que despojaron de sus tierras a los judíos. Más tarde las cruzadas, la expulsión de los judíos de Inglaterra (1290), Francia (1394), España (1492) y el reino de Nápoles (1510). La discriminación civil y política que ellos sufrieron en Europa antes de la Revolución Francesa. Los horrores del zarismo ruso, la diáspora, la persecución soviética, las guerras árabes y muchos otros actos de hostilidad antijudía.
La Iglesia expidió algunas bulas contra la “pérfida raza judía” y contra los “asesinos de Cristo”. Paulo IV promulgó en 1555 la “Cum Nimis Absurdum”, en la que sostuvo que los judíos “por su propia culpa han sido condenados por Dios a la esclavitud eterna” y dispuso que se los confinara en guetos, obligara a vender sus propiedades a favor de los cristianos, prohibiera ejercer profesiones y, a los niños judíos, jugar, comer y conversar con los cristianos.
El antisemitismo tiene tres componentes principales: uno religioso, que es el repudio de los otros credos al judaísmo; uno étnico, basado en las teorías racistas de Treitschke, Gobineau y Chamberlain, que pretendieron la “inferioridad” de la raza hebraica; y uno económico, nacido de la preocupación de las burguesías europeas por el poder económico de ciertas cúpulas judías. A estos factores hay que agregar el ingrediente geopolítico dado por la situación estratégica del pequeño territorio que las Naciones Unidas entregaron a Israel en 1948 para la fundación de su Estado .
El antisemitismo llegó a su climax con Hitler. En su libro “Mi Lucha” el líder nazi habló de la “inferioridad” de la raza judía, que es la “destructora de la cultura” y que “vive como parásito en el cuerpo de otras naciones”. Hitler culpó a los judíos de todos los males de la sociedad germánica, incluso de haber “asesinado por la espalda” al ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. Sus ideas tuvieron un trágico desenlace en el holocausto, es decir, en la muerte y tortura de millones de judíos en los campos de concentración.
Los países árabes produjeron cuatro guerras contra Israel: en 1948, 1956, 1967 y 1973. Todas ellas terminaron con el triunfo de las armas israelíes, que pusieron fuera de combate a sus adversarios. Y, como resultado de ellas, Israel cuadruplicó su territorio, pero creó bombas de tiempo en la ruta de la paz con los países árabes.
Fidel Castro, en una entrevista concedida a la revista The Atlantic a mediados de septiembre del 2010, al criticar con dureza al fundamentalista presidente iraní Mahmud Ahmadinejad por su antisemitismo y por negar el holocausto, comentó: “Yo no creo que nadie haya sido más injuriado que los judíos, diría que mucho más que los musulmanes”.