Cartagena, marzo, 2007: el IV Congreso Internacional de la Lengua Española lanzaba, ante los reyes de España y el expresidente Uribe, en homenaje a los ochenta años de ‘Gabo’ y cuarenta de aparición de “Cien años de soledad”, un millón de ejemplares de su edición conmemorativa, cifra inconcebible para el más acendrado realismo mágico.
GGM entró con Mercedes, en medio de extraordinaria ovación. La emoción de sentirnos representados en la alegría y la sonrisa de ese hombre inmortal, aunque frágil y casi quebradizo, es inolvidable. Viéndolo y escuchándole, no me llamó la atención la mirada de Mercedes ante el discurso de GGM, venida como de siglos de conocimiento: él contaba cómo ella, cargada de fe, mantuvo el hogar; dio de comer a la familia, convenció al dueño de casa de esperar ‘hasta septiembre’, el pago del alquiler…
Resumo el último párrafo de dicho discurso, antes de hacer una muy personal confesión: A principios de agosto de 1966, Mercedes y GM fueron a correos de ciudad de México, para enviar a Porrúa, director literario de Suramericana, en Buenos Aires, las 590 cuartillas de Cien años de soledad.
El empleado pesó el paquete, y dijo: “Son 82 pesos”. Contaron el dinero que les quedaba, y se enfrentaron a la realidad: sólo tenían 53. Dividieron el paquete en dos partes, y mandaron una a Buenos Aires… Luego, vieron que no habían mandado la primera, sino la última parte. Antes de conseguir el dinero para mandar la primera, Paco Porrúa, ansioso de leerla, les anticipó dinero.
Al oírle, Mercedes, atenta y cautelosa, parecía una madre cuyo talante muestra conocer virtudes y defectos del hijo. Personalmente, tomé esta anécdota como otra verdad realista mágica: Gabo vive en un mundo ficticio, como el niño que miente, porque no sabe qué hacer con su imaginación… En anécdotas de Porrúa al respecto, nada confirma la verdad de aquel aserto, aunque me avergüence cotejar la exactitud o mentira de su universo, hablar un idioma vergonzante, como si ignorara el valor de la desbocada creatividad que entregó al siglo XX un desfile de obras extraordinarias, en el mejor español imaginable.
GGM publicó, entre 1961 y 1981, “El coronel no tiene quien le escriba”, “Cien años de soledad”, “El otoño del patriarca”. En 1985, “El amor en los tiempos del cólera” que, como novela, me parece marginal; se lee en ella el genio del autor, pero el realismo mágico aparece inaplicable con verosimilitud a la psicología de los personajes. Es, para mí, una novela menor.
¿Es justa esta opinión? Lo es, aunque me equivocara, porque surge de minuciosa lectura, de una exigencia estética particular, y de una aspiración a la perfección que, aun ante el riesgo de no dejar títere con cabeza, tengo derecho a ejercer: Gabo no se levantará de la tumba para reclamarme, y eso, de lejos, me basta.