En menos de dos minutos, Mildred Amagua carga 0,5 milímetros de la dosis anticovid-19 en una jeringa. La muestra al paciente y le advierte que se trata de la fórmula de Sinovac. Sin perder tiempo, limpia el brazo y le aplica la vacuna.
Finalmente, recomienda no tocarse ese punto y colocarse compresas en caso de dolor.
Mildred tiene 21 años y realiza este procedimiento como si tuviera años de experiencia.
Actualmente, cursa el séptimo semestre de la carrera de Enfermería en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Hace un par de semanas comenzó con este reto de apoyar en las brigadas de inmunización contra covid-19 en su centro de estudios.
Para cumplir con la actividad, que se desarrolla en el Coliseo de la PUCE, tuvo que ajustar su tiempo entre sus estudios y momentos de esparcimiento, que ahora son charlas con amigos. Siente que hace un servicio y, además, tiene la posibilidad de poner en práctica sus conocimientos.
A diario se levanta a las 04:30 para desayunar y arreglarse. Pasadas las 05:00 toma un bus desde su vivienda, ubicada en la parroquia rural de Puembo hasta Cumbayá. Y uno más hasta la universidad. “Tenemos que llegar a las 07:00, para alistar los insumos”.
Para ella, esta rutina no es un problema, ya que ama lo que está estudiando y lo que será su futura carrera. Esta labor le ha permitido reencontrarse con sus compañeros de las aulas y conocer a otros.
Quienes no siguen carreras de la salud se encargan de tareas como la digitación de datos y también ayudan a llenar los carnés de inmunización. En total, cerca de 400 chicos de varias facultades han participado, desde el 10 de este mes.
En este tiempo, además, Mildred ha puesto a prueba su paciencia, como nunca antes. Un día -recuerda la estudiante- tuvo que lidiar con un ciudadano que llegó muy molesto a la cita de vacunación.
“Esperábamos la llegada de los viales -frascos con la dosis- e hicimos un receso de 10 minutos. Por eso el señor se enfureció. Nos gritó, repetía que no podíamos parar. Le tratamos de explicar que no había dosis, pero no entendía”.
Mildred pide a los ciudadanos entender que buscan ayudar, pero “no somos máquinas. Pasamos parados 10 horas; necesitamos un descanso”.
Su compañera, Nathalia Romero, de 21 años, recuerda varias anécdotas. Entre ellas, tener lidiar con personas que han sido groseras. Pero, otras experiencias, le han enseñado a comprender las diferentes condiciones del paciente, por ejemplo, las fobias.
Una mujer -cuenta- llegó con mucho temor a las agujas. Trataron de tranquilizarla. Le explicaron los beneficios de la vacuna y que solo sería un ‘pinchazo’. Pero la chica temblaba.
“Entre cuatro compañeras tuvimos que sostenerla para cumplir con el proceso”, relata la joven que vivió minutos de tensión, pero que se sintió feliz al lograr inocularla.
A Michelle Sáenz y a Lizeth García, en cambio, les han “implorado” que no les provoquen dolor. “Por favor me pone la vacuna con cariño”, le dicen a Michelle, de 26 años. Ella es estudiante de séptimo semestre de Enfermería de la Universidad De las Américas (UDLA).
Los fines de semana, Michelle se suma a las brigadas de su universidad. Con alegría recuerda que uno de sus vacunados estaba muy nervioso por el ‘pinchazo’. Lo tranquilizó y dejó que le coloque la fórmula.
“Estaba tan tensionado que olvidó llevarse su celular. Lo había dejado sobre la mesa. Un poco avergonzado regresó para recuperarlo. Fue gracioso”.
Aunque protestan más que los niños, Lizeth, de 24 y su compañera de Michelle, prefieren vacunar a los adultos. “Ellos hasta patean, nos han contado”, señalan, entre risas.
Salomé Moscoso, estudiante de octavo semestre de Enfermería de la PUCE, de 24 años, apoya en las jornadas de vacunación contra la enfermedad, desde mayo.
Ella también ha tenido casos de personas con fobia a las agujas. Unos se asustan, otros gritan; ella trata de que se relajen.
Sin embargo, lo más llamativo que le ha ocurrido es ver a una mujer, que llegó con más de cuatro trajes de bioseguridad. “Solo se le veían los ojos y no se le escuchaba nada. Tardó varios minutos hasta que pudo destaparse un brazo. Tenía mucho miedo de contagiarse”.
Experiencias parecidas y de otro tipo ha acumulado Pedro Gallegos, de 25 años, quien hace poco se graduó de médico en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ).
Su brigada fue a Galápagos, en mayo. Luego participó en los procesos de inmunización de centros de salud de Quito. Y ahora, en jornadas que se desarrollan desde el 7 de este mes, en un centro comercial de Cumbayá, frente a la universidad.
En este tiempo, ha recibido notas de agradecimiento. Por eso, los jóvenes vacunadores entrevistados no entienden que haya colegas que no aplican las dosis, como se ha difundido en redes sociales. “Nuestro rol es servir. Está en juego la ética y el profesionalismo enseñado en aulas y en casa”.