Grandes expectativas se sembraron en la posible asistencia financiera a economías en apuros. España e Italia -luego de la debacle griega- estaban esperanzados en las promesas del titular del Banco Central Europeo, Mario Draghi.
El responsable del Banco Central, cuya influencia enorme se siente en toda la Zona Euro, había sembrado expectativas para acciones tales como la compra de deuda para aflojar la válvula de presión que experimentan las economías apretadas por la crisis.
En el caso español, las duras medidas adoptadas por el Gobierno del derechista Partido Popular le generaron tensiones sociales y protestas en las calles, pero para el Banco Central Europeo no parecen suficientes.
La exigencia apunta ahora a una petición expresa del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quien habrá de empeñar su palabra para cumplir con la condicionalidad impuesta para acceder a la ayuda. España quedaría a expensas de la lupa de Alemania y su influencia en la Unión Europea y Bruselas, el centro de decisiones de las grandes políticas de la Eurozona.
El problema de fondo, más allá del rubor que pueda provocar la sensación de sometimiento a condicionalidades externas, es que la sostenibilidad del sistema monetario depende en buena medida del cumplimiento riguroso de ajustes draconianos.
El euro debe apuntalarse, pues su tambaleo puede ser peor que la asfixia que hoy se siente. Su fin podría causar estragos sociales y económicos impredecibles, no solo para Europa sino para toda la economía mundial.
Mientras , luce complicado un compromiso mayor hacia una unidad que, pasando por lo monetario, suponga la construcción de un solo Estado, utopía que parece lejana.