Cuando el país entró en la dolarización había algo claro para todos los sectores nacionales: era un imperativo ampliar los destinos de exportación, mejorar la calidad, garantizar mayor producción. En esa línea algunos esfuerzos fueron importantes, pero no suficientes. El bloqueo al Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE.UU., más por un asunto de prurito ideológico y prejuicio que por auténtica conveniencia nacional, ocurrido en el Gobierno anterior, obligaba a repensar la política pública en la materia.
Se trataba del mercado más grande, con recursos y necesidades, y el destino con mayor complementariedad, no solo para nuestros productos que ya estaban allí, sino para nuevas líneas, especialmente en el rubro de alimentos.
Quedó abierta la rendija de las Preferencias Arancelarias (Atpdea). Esta opción por ahora no parece factible. Por el contrario, los tratados comerciales de los países vecinos dejan fuera de competencia a nuestros productos.
Lucía lógico mirar a Europa, especialmente, antes de que estallara la crisis del Viejo Continente. Pero pese a los discursos de apertura, otras señas políticas y posturas acaso inflexibles no han logrado un acuerdo en más de cinco años de Gobierno. Tampoco ha sido fructífera la avanzada en otro frente que merecía una política comercial exterior intensa. Nos referimos a la inmensa cuenca Asia Pacífico de la que Ecuador es tímido observador, cuando debió ser activo e interesado miembro. Por eso es que si el Gobierno falla, la estrategia que pongan en práctica los empresarios es saludable. La semana pasada se reunió la Cuarta Convención Nacional de Exportadores, organizada por Fedexport. La inventiva privada para exportar más es el camino correcto.