Quienes criticamos la suscripción, por algunos políticos ecuatorianos, de la llamada “Carta de Madrid”, fuimos acusados de intolerantes o de no saber, además de que promovíamos la “cancelación”, ese neologismo que se refiere al retiro de apoyo a organizaciones o personas como resultado de comentarios o acciones que se estima inaceptables.
¿Por qué no firmar si es una declaración muy general y positiva? ¿Acaso critican porque no han leído la declaración? ¿O la leyeron y no apoyan la lucha contra el avance del comunismo? ¿No defienden las ideas allí contenidas sobre el Estado de Derecho, el respeto a la democracia, los derechos humanos, el pluralismo, la dignidad humana y la justicia?
Al margen del lenguaje que parece de la Guerra Fría, con una lógica burdamente simplista, el contenido no es irrazonable; por ello muchos de los críticos a la firma dirigían sus dardos a sus promotores, la Fundación Disenso vinculada al partido español VOX, acusándolos de fascistas y mostrando, con ello, lo inaceptable de la suscripción del documento. VOX es un partido de extrema derecha, especialmente conservador; se presentan con contrarios a lo “políticamente correcto” (al discurso de género, de la inclusión, etc.) pero no es posible colgarles así no más la etiqueta de fascistas, aunque su discurso y su práctica, más allá de la retórica sobre libertades y pluralismo, sea peligrosa para la democracia.
En el último tiempo se ha hecho popular el libro “Cómo mueren las democracias”, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. En este texto los autores plantean que la mayor amenaza a las democracias está en su seno. Sin actos violentos, los extremismos -sean de izquierda o de derecha- enmascaran en algo su autoritarismo hasta llegar al poder. Proponen, a partir de un trabajo del politólogo alemán Juan Linz, cuatro indicadores o “señales de advertencia”, para identificar esas amenazas autoritarias: rechazo (o débil aceptación) de las reglas democráticas del juego; negación de la legitimidad de los adversarios políticos; intolerancia o fomento de la violencia; predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación. Cumplir con al menos uno de estos criterios es causa de preocupación. VOX cumple con varios de esos criterios, al igual que Correa, Chávez, Fujimori o Castillo; da igual que el autoritario se presente como de derecha o de izquierda. Al no poder impedírseles que participen en política (no sería democrático), asociarse, apoyar sus iniciativas o pactar con ellos es legitimar su discurso, su práctica o acciones.
Está claro, VOX no es fascista, pero es un partido que ha dado claras señales de vocación autoritaria y de intolerancia. Y pese a eso algunos de los firmantes ecuatorianos de la Carta, que critican el autoritarismo cuando llega desde la vereda de enfrente, les han dado un aval, los legitiman, en algunos casos, leyendo sus declaraciones. Algunos lo hicieron por desconocimiento de lo que representan sus promotores, otros -seguramente- apoyan su forma de hacer política, adscriben a su autoritarismo, ¿quién es quién?, solo el tiempo lo dirá.