Dos recientes procesos sociopolíticos en el Ecuador, ambos de enorme trascendencia, sugieren que se está dando un cambio fundamental en los paradigmas dominantes de nuestra sociedad con el que muchos hemos soñado durante mucho tiempo: la adquisición por la sociedad civil de tal vigor que se va volviendo una fuerza claramente influyente en la toma de decisiones sociales.
El primero de estos procesos se dio durante las semanas previas a la elección de dignidades de la Asamblea Nacional y la transmisión del mando presidencial, cuando todos nos enteramos del pretendido pacto de impunidad para la cúpula correísta. Sin desmerecer un ápice la valentía con la que el entonces todavía presidente electo finalmente rechazó ese peligroso pacto, es también justo asignar plena importancia a la influencia ejercida en contra de tan vergonzante intención por muchas y muy decididas voces de la sociedad civil. No sabemos si esas voces fueron determinantes, o si fueron solo fuentes de tranquilidad y de respaldo para la decisión del presidente electo. Pero cualquiera sea el caso, la sociedad civil se hizo presente en ese esencial tema de manera constructiva y contundente.
El segundo de los procesos se dio la semana pasada en el Concejo Metropolitano de Quito. Había ocurrido el oscuro retiro por un oscuro ciudadano de un pedido de remoción del Alcalde Jorge Yunda, y parecía que, no obstante sus presuntas fechorías y desgobierno, ese fatídico personaje permanecería en el cargo. Pero desde abril se venía tramitando otro pedido de remoción presentado por un pequeño grupo recién nacido de la sociedad civil, constituido según reporta la prensa por no más de 15 personas, el Frente de Profesionales por la Dignidad de Quito liderado por Carolina Moreno y Jessica Jaramillo, jóvenes abogadas que nunca antes habían tenido mayor visibilidad pública. Convocado el Concejo para resolver sobre este nuevo pedido, las dos abogadas presentaron pruebas irrebatibles y lograron la histórica remoción.
Celebramos intensamente quienes creemos, y venimos proponiendo desde hace muchos años, que somos nosotros, los miembros de la sociedad civil, a la que Rafael Correa describió como “peligrosa”, quienes no solo debemos contribuir a, sino que debemos asumir la principal responsabilidad de generar los cambios que necesita nuestra sociedad. Ojalá no sea ni prematuro ni excesivo nuestro entusiasmo ante muestras tan evidentes y satisfactorias de acción efectiva por fuerzas independientes surgidas espontáneamente de la sociedad civil.
Pero siento lo que siempre me ha llevado a sentir la experiencia de la primavera después de un largo y frío invierno: al ver pequeñas hojas verdes comenzar a brotar de nuevo en plantas que han pasado meses aparentemente muertas, siento el delicado renacer de una inmensa esperanza.