Valentina Cosíos tenía 11 años cuando perdió la vida. Cursaba el séptimo de básica en una escuela en el norte de Quito y era la tercera de cinco hermanos. Era primera atril (la primera flauta) en la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Nacional de Música. Perteneció también al coro del Teatro Nacional Sucre. Además, practicaba danza y pintura. Su madre, Ruth Montenegro, la recuerda como soñadora y alegre.
“Este año se cumplen cinco años de la muerte de mi hija. Valentina solo tenía 11 años de edad cuando su vida fue segada. Todo ocurrió en su escuela, en el norte de Quito.
Recuerdo claramente lo que vino desde ese 23 de junio del 2016. A las 06:00, ella cogió sus libros, su mochila y su flauta y se fue en el bus escolar.
Cursaba el séptimo de básica y solamente faltaban tres días para que terminara el año lectivo. Después de clases, mi niña se iba al Conservatorio Nacional de Música, pues desde los 6 años de edad era flautista y pertenecía a la Orquesta Sinfónica.
Todos los días la recogía en ese lugar. Como siempre, ese día llegué un poco antes de las 17:30, pues a esa hora terminaba su práctica de música.
Sus compañeros empezaron a salir uno por uno, pero ella nunca apareció. Me angustié. No la veía.
Empecé a buscarla en cada piso y en las aulas del Conservatorio. Llamé a los guardias y pregunté a los profesores, pero nadie la había visto.
Fue desesperante. Estuve alterada. Recuerdo que a eso de las 18:30 llamé al papá de mi hija y le dije que no la encontraba. Me dijo que me tranquilizara, que ya iba a aparecer.
Pensé en la escuela, pero me dije que si alguien la habría visto fuera de horas de clases me hubiese avisado.
Entonces volví a buscarla en el Conservatorio. Pero como no logré nada cogí un bus y me fui a la escuela.
Llegué cerca de las 20:00. Ahí me encontré con el papá de Valentina.
Timbramos con insistencia, pero nadie abrió; todo estaba oscuro.
Nos retiramos y cogimos la Ecovía, porque así íbamos siempre a la casa, en el sur. Revisamos cada parada, preguntamos a los guardias y a los controladores. Les mostramos una foto y les di mi número por si llegaban a verla.
Empezamos en la Gaspar de Villarroel y terminamos en la estación de Quitumbe.
Como ya no la encontramos nos dirigimos a la Policía a denunciar.
Allí estuvimos hasta las 02:00. Luego fuimos a la casa, pero por la preocupación no pude dormir.
Al día siguiente, a las 06:00, recibí una llamada de la escuela de Valentina. Era una empleada. Ella me pidió que fuera pronto, porque necesitaba hablar conmigo. No me dijo nada más. No entendía qué pasaba, así que me fui inmediatamente.
Cuando llegué, a pocos pasos del ingreso vi a mi niña tendida en el suelo y tapada con una sábana blanca. Fue terrible. Solo recuerdo que comencé a llorar. Mi Valentina estaba muerta. Lo primero que dije es: ¿Qué pasó? El rector y los profesores dijeron que no sabían qué había ocurrido, que no vieron ni escucharon nada. Después llegaron los policías y el personal de Criminalística.
Han pasado cinco años desde entonces y el caso todavía está en la primera fase de la investigación.
La Fiscalía comenzó a indagar un posible femicidio, porque la autopsia determinó que la niña tenía signos de violencia sexual y asfixia. Pero no tengo respuestas hasta el momento y tampoco hay procesados.
Al mes de la muerte, el primer fiscal a cargo del expediente dijo que se trataba de un accidente, pese a que los informes decían otra cosa. Por eso pedí a la Fiscalía que asignara otro agente que continuara con la causa.
La nueva fiscal, en cambio, quiso archivar el proceso a los dos años.
Aseguró que no había suficientes evidencias. Envié un oficio a la entidad y pedí que no se cerrara el caso.
Mi petición fue aceptada. Desde entonces acudo cada mes a la Fiscalía a preguntar cómo avanza todo. La única respuesta que me dan es que se está trabajando en la investigación.
El proceso ha sido largo, pero no descansaré hasta que se identifique a los responsables de lo ocurrido.
He luchado por mantener viva su memoria. En agosto del 2016, junto a otros familiares de víctimas de femicidio, creamos la plataforma Vivas Nos Queremos. Una de las primeras acciones fue convocar a la primera marcha nacional contra este delito.
He viajado a Napo, Puyo, Ibarra, Cayambe, Santo Domingo de los Tsáchilas, Galápagos y Manabí para difundir el caso de mi hija y de otras mujeres que han sufrido violencia.
A cada lugar fui en bus interprovincial. Los gastos los cubrí con el dinero que gano al vender ropa y comida.
En estas provincias organizamos plantones con pancartas, marchas y caminatas. Acudimos también a las oficinas de Fiscalía o a los juzgados para apoyar a muchas familias a exigir justicia por los casos de femicidio.
Cada mes hacemos un evento en el parque El Ejido y exponemos las fotos y nombres de quienes han muerto.
No callaré jamás ante las injusticias, porque la vida de mi hija fue muy valiosa. La vi nacer, crecer y esperaba que se convierta en una señorita para verla cumplir sus sueños”.