En democracia las mayorías mandan. Sí, mandan, pero no excluyen ni cierran la puerta. Ni siquiera en circunstancias como las que el Ecuador vive, el imponer a rajatabla la voluntad de una aplastante mayoría no conviene a la convivencia civilizada y democrática.
El 17 de febrero, Rafael Correa obtuvo un contundente triunfo que lo pondrá al frente del país para su último período: 2013-2017. Junto al Presidente el movimiento Alianza País, basado en su fuerte liderazgo personal, alcanzó una mayoría no solo por sus votos (52%) sino por la proyección que el método de asignación de escaños le permitió: tiene 100 de las 137 curules legislativas.
La coordinación entre las autoridades de la Asamblea copadas por Alianza País y el Ejecutivo hace tan inútil una secretaría política, que el Presidente la suprimió.
Preocupa el discurso excluyente de un legislador oficialista reelecto que menosprecia a la oposición y le recuerda que no requieren de sus votos. Mal asunto y, sobre todo, mal talante democrático. A tal punto la oposición es importante, que en algunos regímenes parlamentarios cuenta con su propio gabinete en la sombra para proponer y confrontar en el plano político e ideológico.
El pecado de la oposición está en su dispersión, diversa, disímil, al punto que no ha podido poner un nombre en el Consejo de la Legislatura. Tendrá que empezar a ganar espacios con su difícil acción en el Parlamento.