Figura inolvidable la de Laurita Romo de Crespo. Desde muy temprano se sumó a los sueños del ilustre lojano Benjamín Carrión: la patria ecuatoriana requería de un piso y un techo, una casa, en la que se hallaran las cédulas de su identidad. Es decir, aquellos documentos que señalan la trayectoria de un pueblo, pues responden a una circunstancia, y dan fe que ha existido y existe. En esa noble empresa a Laurita le correspondió ser la responsable de los documentos escritos. Lo que sus hombres fueron escribiendo son, en último término, las cartas de presentación de un país. Fue la Directora de la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana por más de media vida. La recordaré siempre como continuadora de la pasión que puso el Dr. Espejo en conservar los libros que dejaron los jesuitas en las extraordinarias bibliotecas que crearon en Quito: “dignas de una ciudad ilustrada”. Si de identidad hablamos, la ilustración de los quiteños les llevó a constituirse en los primeros que elaboraron en Sudamérica la Constitución de un país libre. Tengo para mí que con Laurita de Crespo concluyó una primera época de la Biblioteca Nacional.
Los nuevos tiempos exigen precisiones y los nuevos rumbos responden a realidades. Qué duda cabe que las bibliotecas nacionales de Francia, España, Chile o Bogotá, digamos, fueron empeños de gran aliento, costosísimos que respondían a necesidades de información antes de la era digital con sus extraordinarias bibliotecas virtuales. Aparte de su Fondo Antiguo, invalorable, constituido por los libros que dejaron los jesuitas, nuestra Biblioteca Nacional fue siempre terriblemente dispersa en sus alcances, desactualizada al extremo y como los fondos en humanidades y ciencias de autores ecuatorianos son muy modestos, es bastante discutible que una biblioteca así forme parte del “patrimonio cultural ecuatoriano”.
Así las cosas, fui a visitarle al nuevo director de la Biblioteca Nacional, Dr. Carlos Paladines, de quien sabía que organizó en la Universidad Católica una muestra de la producción nacional incluida en el campo del pensamiento ilustrado. Le transmití un sueño: a la biblioteca actual convertirla en la “Biblioteca Nacional de Autores Ecuatorianos Eugenio Espejo”. En humanidades y en ciencias; incluida la producción de autores extranjeros que se hubieran referido a nuestro país. Empresa de enormes alcances; posible, de empeñarnos a fondo. El sueño fue compartido y volé a entrevistarme con Marco Antonio Rodríguez, presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Como el secreto de Marco Antonio es el de escuchar, procesar y poner calor en todo lo que decide, salí entusiasmado. La Biblioteca Nacional de Autores Ecuatorianos es ya una decisión del titular de la Casa que fundó Benjamín Carrión.