Lastimadas pero incólumes se yerguen la verdad, la justicia y la libertad. A través de milenios perduran inmutables como puntales trascendentes para la humanidad. No obstante coexisten desde siempre con las miserias humanas: maldad, odio, mentira, hipocresía, cinismo, engaño, en su infausta e insólita tarea -felizmente fracasada- de intentar opacar lo que brilla con radiante luz.
Estos frentes, abismalmente contrarios, se han tornado aún más visibles alrededor de la abdicación del pontificado de Benedicto XVI cuando se han manifestado, por todos los medios existentes, en pro y en contra de ese acto de magna humildad, actitud heroica, de expresión evidente de que Dios es el protagonista y no los limitados seres humanos, lección -otra de tantas- que Joseph Ratzinger nos lega de su liderazgo apostólico.
No es extraño, pero sí explicable, que cuando el Papa decide su dimisión, resulta oportuna y coherente con el tiempo de Cuaresma. Cuánto estupor, escándalo y furia desbocada ha suscitado en sus detractores; tal cual, como lo señala la Sagrada Escritura, han rasgado sus vestiduras, han lanzado escupitajos y han intentado golpear y, si les fuera posible, hasta crucificar a Benedicto XVI, por el solo hecho de cumplir la voluntad de Dios, proteger su Reino y su rebaño.
Qué personaje oportuno nos resulta Judas Iscariote en este pasaje de la historia del s. XXI: traidor, mentiroso, insidioso, envidioso, ladrón, pegado a los bienes materiales, sin entender jamás lo sobrenatural del Cristo, siempre tratando de menoscabar la misión del Maestro, criticando mal a su Señor, zahiriéndole donde más le dolería; ¿cómo iba a entender Judas, igual que aquellos que hoy intentan lacerar al Pontífice, que el Reino del que habla no es de este mundo, que no existen para Dios razas ni naciones, de que una sola es su grey? También oportuno recordar l as palabras que Cristo enunció, próximo a su muerte en la cruz: “Dios mío, perdónales porque no saben lo que hacen”. Queremos pensar que esos estrépitos, semejantes a los del Iscariote, en nuestro tiempo, se deben a la desinformación, a la ausencia de ilustración y falta de comprensión de la verdadera doctrina, cuando se comenta y vocifera de que el próximo Papa debería ser de América Latina, que debería ser un hombre de color, que la Iglesia debería “modernizarse”, permitir el “matrimonio” gay, que debería acceder a la ordenación sacerdotal de las mujeres, consentir medios anticonceptivos artificiales y tantas otras situaciones que contrarían principios que tienen que ver con el ámbito sobrenatural y con el sentido común que, si lo vislumbraran, no fueran capaces de aludir.
Enfáticamente: el fundamento, la piedra angular es la fe, que es un don, un regalo del Creador, que no todas las personas la valoran, que muchos la rechazan porque han endurecido su corazón, han atrancado las puertas de su mente y de su alma a los asuntos de Dios.