Ciertas discusiones se vuelven aburridas, como las que se dan en esas comidas, sosas de sal y de ingenio, cuando alguien pregunta: “¿Es Snowden un espía?”. A aquel que diga que no se lo cataloga inmediatamente de terrorista o, por lo menos, de un peligroso izquierdista que, como diría el Procurador, no ha salido del clóset.
Hay casos de aparente traición, que mucho nos dicen: Bradley Manning, que informó a Wikileaks sobre memos secretos de Estados Unidos; el hacker Aaron Swartz, que accedió ilegalmente a la biblioteca digital de MIT, en el intento de democratizar el conocimiento, para difundir gratuitamente documentos científicos y académicos por los cuales cobra esa universidad; y, finalmente, Edward Snowden, exasistente de la CIA que tiene en vilo a varios países por revelar que la Agencia Nacional de Seguridad espía llamadas telefónicas y mensajes de Internet.
Es notable que estas denuncias fueran previstas y analizadas desde hace más de 80 años por escritores que nos adelantaron la amenaza de los poderes absolutistas, que tienen la omnipresencia propia de los dioses. Aldous Huxley escribió la novela Un mundo feliz (1932); George Orwell, 1984 (1949), y Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (1953). Las tres novelas imaginaban sociedades desastrosas, en las que se eliminaban la individualidad, la diversidad cultural, la disensión política, la solidaridad, y el poder dominaba o definía ciencia, arte y literatura. La religión y el pensamiento eran monopolio del poder. Se usaban la vigilancia, el control, la tortura, la amenaza, el miedo y el convencimiento dogmático. El soma era una droga que provocaba tranquilidad y conformismo. Sin embargo, esas sociedades se apoyaban en grandes desigualdades sociales, segregaciones y discriminaciones.
En esas novelas, los personajes centrales son del sistema, pero en acto de conciencia se revelan, con lo cual obtienen el exilio o la muerte. Los tres casos mencionados al inicio también se han revelado en contra de sus instituciones y de su sistema. Muchos de entre nosotros califican esas acciones como traición, basados en la acepción “falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar”, o, según la mayoría, en la segunda acepción de traición: “Delito cometido por civil o militar que atenta contra la seguridad de la patria”. Por ahora, las denuncias no parecen motivadas por lucro o intención de pasarse al enemigo. Parecen solidarios con el género humano y el respeto de los derechos violados.
La gran mayoría de los Estados vigila ilegalmente a sus ciudadanos, que encuentran apoyo en el sector privado: las redes sociales, Google, Yahoo!, etc. Los motores de búsqueda no solo son para obtener perfiles de consumidores más dóciles; también son instrumentos de control político. Todos somos víctimas del control: las cámaras de vigilancia; las agencias que informan de nuestra responsabilidad comercial; tenemos que informar para obtener visas y otros documentos; nos registran en todas partes; los almacenes anotan nuestros datos Y luego venden a otros. Ustedes, que me leen, también están vigilados. ¿Acaso no los llaman a su casa para ofrecerles promociones, servicios y compras? No es solo USA el que vigila; son casi todos los países del mundo. Necesitamos que en todas partes haya quien defienda el derecho humano a la privacidad. Así termine como Manning, condenado a 40 años; suicidado, como Swartz, o exiliado, como Snowden, en Chimborazo, rezando para que no cambie el gobierno y lo devuelvan a USA.