La innegable enorme inversión en materia de salud pública que ha hecho el actual gobierno, que es plausible y que contrasta con las administraciones anteriores, no ha servido en cuatro años para arreglar los hospitales públicos y fundamentalmente mejorar la calidad de los servicios. Pese a la permanente declaratoria de emergencia y la entrega de ingentes recursos, los problemas subsisten e incluso se han agudizado. Un ejemplo de ello han sido los hospitales de niños de Guayaquil, Loja y en Santo Domingo, que con los neonatos muertos de por medio se preocupan de los servicios, lo que corroborara la Defensoría del Pueblo.
Uno de los errores, producto de la inexperiencia y la falta de planificación en políticas públicas, ha sido creer que con más asignaciones y la ampliación de la atención se arreglaba el problema. Debe reconocerse la adquisición de equipos nuevos, ambulancias, mejor infraestructura. Se triplicaron las consultas médicas y el acceso se multiplicó pero esto produjo el hacinamiento en los hospitales.
Uno de los resultados ha sido, por confesión en Ecuadoradio de tres prestantes médicos neonatólogos de hospitales públicos, el hacinamiento en las salas de las casas de salud incluso inobservando los protocolos internacionales. Es una pena escucharles que ninguna unidad operativa cumple con estos estándares. Otros prestantes médicos experimentados advirtieron el problema a la primera Ministra de Salud de esta administración, es decir hace más de dos años, pero como se acostumbra ahora lo que hicieron fue deslegitimar la crítica en lugar de tomar los correctivos.
Un ejemplo citado de lo que sucede con los hospitales es como hacer una reunión con 200 invitados, en un cuarto pequeño, con el mejor servicio, equipos de punta y se quiere atender a todos a la vez. Si los invitados deciden entrar sin duda que va a colapsar la reunión y hacinados no se podrá atender bien a todos.
Una ha sido la parte cuantitativa, el acceso a los servicios que se reivindica y que está colapsado. No hay dónde poner más pacientes, incluso con el deterioro en la atención. Otra, y más grave, la deficiente calidad, la falta de calidez y de un trato humano del personal, que no ha mejorado. Qué se saca con equipos de punta y buenos médicos si no existen rigurosos controles de limpieza, persisten las cucarachas, la demanda les rebasa y los hospitales ya no dan más.
Es una pena ver que solo se reaccione frente a los niños muertos, declaren la emergencia y dispongan medidas sanitarias, el uso de desinfectantes y de limpieza para evitar el contagio y que las bacterias contaminen. El ministro aparece apagando el fuego, supervisando como jefe de limpieza, en lugar de haber sido el gran conductor de una política de estado de salud pública, que priorice la vida de los pacientes.