Son lamentables, por decir lo menos, el estado de nuestras relaciones internacionales y los continuos y graves errores cometidos por sus responsables. Churchill decía con sabiduría que el diplomático debería ser una persona que primero piensa dos veces y finamente no dice nada. En el Ecuador, parecería que los nuevos diplomáticos primero hablan dos veces y luego, quizá, piensan. Afirmar que México ha perdido el control de su territorio, amenazar a la Santa Sede con intervenir en sus asuntos internos por el Obispado de Sucumbíos, ofrecer el asilo a Assange o lamentar la incomprensión que ha sufrido Gadaffi, son algunas muestras de la improvisación y despiste que prima en nuestras esferas diplomáticas. Añadamos la pérdida de mercados, nuestro debilitamiento al interior de la Región y los acercamientos, sin beneficio de inventario, a verdaderos parias como Irán, Cuba, Venezuela o Nicaragua.
No es coincidencia que nuestra política exterior camine de tumbo en tumbo; el desmantelamiento del Servicio Exterior, la adopción del fundamentalismo ideológico como principio rector de nuestra diplomacia y el nombramiento de funcionarios inexpertos explican el desastre actual de la diplomacia ecuatoriana. Mientras Colombia, Perú y Chile, nuestros principales socios y vecinos, firman acuerdos comerciales con las naciones más activas del planeta y conjuntamente con México deciden integrar sus economías para conquistar los mercados mundiales, el Ecuador rehúye los tratados de comercio empujado por dogmas ideológicos. No importa si el mercado intrarregional andino languidece, si hemos perdido absurdamente la oportunidad de suscribir acuerdos comerciales con los EE.UU y la Unión Europea, destinos principales de nuestras exportaciones, o si los beneficios comerciales del Atpdea han terminado para Ecuador. En nombre de la soberanía debemos, según el Gobierno, aprovechar “oportunidades” de mercados “amigos” como Irán, Cuba o Venezuela.
Sin un servicio exterior profesional ni instituciones que apoyen nuestra diplomacia, la política internacional fluye sin coordenadas y a merced de los caprichos e hígados de las autoridades de turno. Mientras el Canciller hace política interna y disputa espacios con Doris Soliz, el país pierde respetabilidad y crédito en el concierto internacional. Y en lo económico, la falta de políticas comerciales sensatas y pragmáticas nos condena a depender de las rentas del petróleo que el Gobierno reparte entre sus clientelas políticas y los grandes grupos monopólicos que lucen mejor que nunca. Pero la voracidad del Estado “socialista” de AP crece sin freno y no habrá petróleo que aguante. Con semejante ritmo de gasto y una política exterior insensata e ideologizada que ignora el peso de las exportaciones en una economía dolarizada, no hay forma de evitar el descalabro.