Al grito de “Independencia socialista”, del general venezolano Quintero, respondieron sus camaradas de armas “Viviremos y venceremos”. Esta arenga producida en un recinto militar uruguayo, según la agencia EFE, motivó un llamado al parlamento al ministro de defensa para que responda por el acto ideológico realizado y que molestó a los militares uruguayos.
Nuevamente se recurrió a una arenga en Asunción por parte del canciller venezolano Nicolás Maduro, con la finalidad de provocar una reacción de los altos mandos militares paraguayos en respaldo al ex presidente Lugo, antes de su destitución.
Los incidentes políticos, en los cuales se trata de involucrar a la institución militar, para desequilibrar a las fuerzas políticas y socavar a las instituciones democráticas, no son casos aislados sino que más bien guardan conexión, independientemente de la situación geográfica y política en la que se viva. Basta recordar la destitución del general Vásquez, Jefe del Estado Mayor Conjunto de las FF.AA. de Honduras, al negarse a colocar una cuarta urna por orden del presidente Zelaya, para una encuesta calificada como ilegal.
Sería una simplificación exagerada pensar solamente en la efectividad de la maniobra política buscada con las proclamas, como la del presidente Chávez, cuando trata de formular un postulado al decir “estoy seguro que más nunca un militar o un general venezolano se prestara a arrastrarse ante esa grosera burguesía venezolana”.
El problema es más profundo de lo que parece, por cuanto hay un improcedente uso del poder político que desconoce que el gobierno es de las leyes y no de los hombres, como lo advirtió Aristóteles, debiéndose por lo tanto ejercer la autoridad y el poder en forma constitucionalizada, que ubica en un proceso de interacción democrática a gobernantes, instituciones y a la sociedad.
Hay confusión entre el ejercicio del liderazgo político con el liderazgo institucional al no establecer diferencia entre lo que significa administrar el Estado para lograr el cambio social y político como tarea gubernamental, con el liderazgo institucional que debe circunscribirse a sus misiones constitucionales, sin asumir ninguna agenda política ideológica, por cuanto las FF.AA. se deben al Estado, subordinados por supuesto al gobierno que legitiman.
La tendencia regional de lograr el control político de la institución militar, para reducir su poder y asegurar el fortalecimiento de la democracia, se está convirtiendo en un efecto búmeran con la captación ideológica de la institución militar que unifica la profesionalidad militar con la gestión política gubernamental.
Esta situación tiene mucho que ver con los datos del Latino barómetro, cuando apenas un 53% confía en la democracia, el 23% es indiferente y el 17% apoyarían a un gobierno autoritario.