Tras la victoria electoral de Guillermo Lasso el domingo anterior, se confirmó que la mayoría de ciudadanos aún deseamos vivir en democracia, que confiamos en la separación de poderes, que buscamos seriedad, estabilidad y confianza, y, sobre todo, que anhelamos esa paz que nos fue arrebatada hace más de catorce años.
Los últimos cuatro años, durante el gobierno de Lenin Moreno -que será reconocido en el futuro como una figura política decisiva por haber sostenido la democracia y haber desarmado en buena parte la telaraña hiperpresidencialista creada en la década anterior- vivimos en permanente tensión por los desesperados ataques de la banda para recuperar los espacios de poder que, eventualmente, les habrían permitido reagruparse, indultarse a sí mismos por la fuerza y regresar como una tromba por más, según proclamaban a todo pulmón.
Luego del intento de golpe de octubre de 2019, de la violencia con la que pretendieron caotizar y quebrar al país, entramos en la vorágine de una campaña electoral que resultó desgastante y que mantuvo paralizado y dividido al Ecuador. Hoy, finalmente, ha vuelto la calma, pero no tengo duda de que será tan solo una ilusión efímera pues antes de que nos demos cuenta, los mismos violentos, los que no pueden ni quieren ni les interesa convivir en democracia, intentarán desestabilizar también al gobierno entrante.
El desafío de Guillermo Lasso y su equipo es enorme. Durante los siguientes cuatro años deberá encauzar al país en la senda del progreso y el crecimiento económico, pero también será necesario fortalecer la institucionalidad y sostener el optimismo generalizado que ha despertado su elección.
Sin embargo, lo más importante y prioritario será atender a toda esa gente de los estratos más bajos de la sociedad, la que aún cree o confía o simplemente se deja convencer por el populismo engañoso de la limosna y la obra visible (aunque haya sido hecha con corrupción), y también la que confió en este proyecto serio, sincero, de sacarlos adelante después de toda una vida en la que solo han escuchado promesas y a la hora de la verdad jamás han regresado a verlos sino hasta la siguiente elección.
De hecho, si algo debe cambiar en este país antes que nada es la realidad de toda esa gente que vive en condiciones de miseria, que pasa hambre y que carece de lo básico para llevar una vida digna: salud, trabajo, seguridad, agua potable, alcantarillado, educación…
Está muy bien que se planifique lo macro, que se piense en los grandes proyectos, que se diseñe un sistema económico sólido, que se proteja la dolarización y se renueve la confianza en el país, que se aliente la inversión… Todo esto es indispensable y forma parte del quehacer responsable de un gobierno serio, pero en esta ocasión empecemos por abajo, empecemos por los más necesitados, empecemos por el desarrollo de los que siempre han sido marginados, pues solo así construiremos un nuevo país y vendrán cuatro años más de tranquilidad.