Joseph Biden, del Partido Demócrata, juramenta hoy ante el Congreso como 46° Presidente de los Estados Unidos, en una ceremonia atípica en las escalinatas del Capitolio.Esta ceremonia, como nunca antes en la larga historia de la democracia norteamericana, está revestida de tensión y expectativa.
La vulnerabilidad mostrada el 6 de enero, cuando una horda de desadaptados irrumpió por la fuerza en el simbólico edificio del Capitolio, provocó pánico entre los legisladores. Dejó un saldo de cinco personas muertas y varios heridos y lastimó a un símbolo de la democracia.
Más allá de las acciones legales contra los hechores de un acto terrorista como este, la tensión política ha escalado a cumbres nunca vistas. A tal punto que, por primera vez, Washington D.C. luce acordonada por concertinas, mallas de alambre y
25 000 uniformados, un mayor número que el de varias tropas militares que la potencia tiene regadas en algunos sitios del orbe.
Pero el tumulto violento en el Capitolio no es más que el reflejo de una sociedad polarizada, víctima del discurso populista de cuatro años y de una campaña electoral atravesada por la intransigencia del Presidente saliente, que crispó el debate en episodios nunca antes vistos.
La campaña misma estuvo atravesada por las discrepancias entre altos cargos del Gobierno en el estamento de Salud y el discurso desenfadado de un Presidente que negaba las evidencias, no usaba mascarilla y minimizaba los impactos de una pandemia que ha dejado una estela de muertos en EE.UU. y el planeta. El primer debate fue tenso y horripilante; el segundo fue mejor; uno no se realizó al tener Trump covid.
El atípico -por sus formas- político catapultado al poder por el Partido Republicano deja tras de sí un país dividido, y el manejo de una buena economía durante tres años se ve manchado en un epílogo de impredecibles derroteros.
Que Biden logre traer cordura y guiar a la gran potencia en paz. Que se recupere la salud. Y que la concordia traiga la necesaria tranquilidad para enfrentar tantos retos.