Vuelvo a la edición conmemorativa de Rayuela presentada en Córdoba, Argentina, durante el VII Congreso Internacional de la Lengua (2019), en homenaje a Julio Cortázar, ‘y a su obra más emblemática, que conmocionó el panorama cultural de su tiempo”.
Empecé por la reflexión de García Márquez titulada “El argentino que se hizo querer de todos”, la cual, antes de formar parte de esta edición, fue leída por el mismo GM en 2004, en el coloquio organizado por la Cátedra Julio Cortázar.
Nos cuenta en su inimitable prosa cómo la noche del viaje en tren París-Praga, que hicieron Carlos Fuentes, Cortázar y él mismo, Fuentes preguntó ‘cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se introdujo el piano en la orquesta de jazz’, y Cortázar, en lugar de responder en minutos, ‘hizo una recomposición histórica y estética, con una versación y sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Theolonius Monk’… Y amanecieron, luego de esa noche memorable.
Seguí mi lectura –y cito una vez más a GM: “Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: “La noche de Mantequilla”. “Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vetada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango ‘malevo’”. Y recalca que ese cuento incomprensible fue leído por Cortázar “en una tarima frente a la muchedumbre entre la cual había de todo, poetas consagrados y albañiles cesantes, comandantes de la revolución y sus contrarios […] “… “no era fácil seguir el sentido del relato, aun para los crecidamente entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras … la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo”.
Y yo misma me siento levitar ante esta evocación impecable. Pero se me ocurrió, por desgracia, volver a La noche de Mantequilla a buscar en él el lunfardo, que no estaba. Es un cuento profundo, inteligente y dolorido, con un final de difícil comprensión, dado el desarrollo genial del argumento, pero no por el habla lunfarda, que en él no existe. Idiomáticamente, es uno de los cuentos más comprensibles de Cortázar.
Quizá la fuerza de la exageración ¡o de la mentira garciamarquiana?, volvió mi lectura más interesante y me atrevo a contar esto, como otro cuento sobre cuentistas inmortales. ¿Mentir? García Márquez puede permitírselo, y nosotros tenemos derecho a preguntarlo, y a dar gracias porque la imaginación artística coloree de esta forma la vida.