La medicina, como pocas profesiones, se fundamenta en una constante: “aprender y enseñar” desde los primeros pasos en una facultad, en las prácticas iniciales, en los internados, residencias y postgrados universitarios y hospitalarios. Quien más estudia, más aprende, el que más pacientes atiende, mejor diagnostica, el cirujano que más opera gana en habilidades y destrezas. Los enfermos, que se presentan sin horarios, las enfermedades que copan mañanas, tardes, noches y madrugadas, siempre encuentran un equipo de salud presto a curarlos: estudiantes internos, médicos residentes y médicos posgradistas en un orden jerarquizado por los conocimientos, el estudio y la experiencia.
La carrera médica universitaria es larga y se acompaña de permanentes vivencias en dispensarios y hospitales. El estudiante de primeros años sueña con el internado, el interno anhela una residencia médica y el médico residente lucha por alcanzar una especialidad en el posgrado. Más tarde llegará el trabajo especializado.
El promedio de edad de los posgradistas oscila entre los 25 y 31 años, una gran mayoría son casados y tienen familia, aprenden y trabajan. Se llaman residentes porque brindan más tiempo al hospital que al hogar y se convierten en los coordinadores de las funciones asistenciales y docentes dentro de las casas de salud, gestión indispensable para el buen rendimiento hospitalario. Demostraron y demuestran su valioso aporte en la lucha contra la pandemia, han recibido, junto a los demás médicos, homenajes públicos, aplausos, serenatas, discursos de reconocimiento a su noble labor; pero sus becas y remuneraciones no llegan desde hace un año y sobreviven ellos, sus esposas y sus hijos con dificultades y deudas. El Gobierno ofrece arreglar su situación, pero el Ministro de Salud expresa que hay incompatibilidad en pagar a los posgradistas, porque al hacerlo perderían la calidad de estudiantes. ¿Acaso un buen médico no deja nunca de ser estudiante?
La situación económica del gobierno es, por herencia del anterior y por errónea gestión del actual, calamitosa: no hay dinero. Urge brindar un trato digno a los galenos impagos, que desesperados protestan y son reprimidos violenta e injustamente. Es hora de buscar soluciones creativas y gestionar ante aquellas empresas, de áreas económicas y de servicios, que incrementaron notablemente sus utilidades en este tiempo de pandemia, que otorguen becas o constituyan un fondo común, como parte del cumplimiento de los principios de responsabilidad social corporativa, en beneficio de esos jóvenes que se sacrifican para detener al virus, velan por la salud de todos y salvan vidas al evitar la progresión de la virosis que, sin esa entrega sacrificada y generosa, incrementaría el número de enfermos y fallecidos. En compensación a este gesto solidario, el Estado, a su vez, debería exonerar de algunos impuestos a esas empresas. Se aliviarían la angustiosa situación de los médicos de posgrado y parcialmente este apuro financiero del país.