El desobligo que da a muchos visitantes quiteños, nacionales y extranjeros ver el estado del Centro debe afrontarse con una toma de conciencia.
Es verdad que la pandemia fue un golpe de proporciones, sobre todo a las actividades informales que proliferaron por hambre.
A la pobreza y al desempleo se le suman varios miles de personas atacadas por la otra pandemia, que es la quiebra de empresas y la falta de fuentes de trabajo. Y en medio de
ese desolador panorama ha rebrotado la delincuencia.
Uno de los puntos críticos para controlar las aglomeraciones en la capital es precisamente el Centro, donde los informales van a proveerse de mercaderías. Las concentraciones traen el peligro de contagios.
Pero si todo eso es verdad, el descuido ya proverbial del Centro Histórico no tiene justificación. Mucho antes de la pandemia, los grafitis se habían tomado parte importante de las paredes de la ciudad, ensañándose con el sur y la zona céntrica.
Ahora la falta de limpieza hace ver basura por doquier y el contraste: unos locales abiertos y con aparente poco cuidado. Otros, cada vez más, con las cortinas metálicas cerradas.
Este paisaje que rodea a los monumentos patrimoniales y a las iglesias coloniales, como no las tiene en América casi ninguna otra ciudad, pinta un panorama deplorable. No se sabe si el Cabildo se entera y toma nota. No se sabe si las ordenanzas de cuidado se ignoran o se incumplen de manera displicente.
Lo que sí es cierto, por ejemplo, es que muchos restaurantes del Centro se cierran y otros se mantienen como una isla en medio del caos de basura, ambulantes, concertinas antidisturbios y un paisaje caótico.
Pobre Quito, capital del país, con su cumpleaños 42 poco recordado y celebrado como Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, motivo de orgullo en otros momentos.
Una ceremonia ‘virtual’ y acaso unos cuantos discursos conmemorativos quizá recuerden mañana un hecho que debiera ser bandera de orgullo quiteño y nacional. Hay que cambiar esa triste realidad.