Nos quejamos por todo y de todos. No sabemos qué es la crítica constructiva, peor la autocrítica. Echamos la culpa a los demás. Envidiamos el triunfo del otro. Siempre tenemos la razón. No pedimos ayuda. Difícilmente nos unimos. Sí, así somos, no todos, pero si buena parte de los intelectuales, profesionales y artistas, de los empresarios y de los políticos.
Estas élites contribuyen a cómo está hoy el Ecuador. Tal vez una de las causas de la hecatombe sanitaria de Guayaquil, se encuentre en la irresponsabilidad de las dirigencias nacionales y locales. Algún día se sabrá…
El echar la culpa a los demás es algo practicado por muchos voceros oficiales y sus medios amigos, inspira el relato que dice que la responsabilidad de la profundización de la crisis actual está en la indisciplina, ignorancia, escasa capacidad cívica de colaboración y corresponsabilidad de la gente y, por supuesto, no en las pésimas decisiones o des coordinaciones de los conductores del proceso.
Este relato es reforzado en la prensa y TV con imágenes de gente sin protección saliendo masivamente a la calle, de miles de autos tomados las avenidas, de ciudadanos agrediendo a policías que los controlan, de vecinos bebiendo en la aceras en pleno toque de queda. Sí, al ver esto, la reacción es dar la razón a los voceros antes referidos. Y, a renglón seguido, experimentar una vergüenza y dolor de pertenecer a un pueblo indolente, indisciplinado y anti solidario.
Pero lo que no hacen los medios es preguntarse por qué actúa así la gente. Claro, no ve que las causas son múltiples, complejas y políticamente molestosas. ¿Cuáles? Por ahora me quedo con dos:
La una viene de la economía. Hay un inmenso comercio informal que vive del día a día. Si no trabaja, no come. ¿Cuántos informales hay en Ecuador? Nada menos que 3,6 millones, según el INEC. ¿Pero qué está más allá de la supervivencia? Para el articulista peruano Carlos Meléndez (Perú21): “A la informalidad no se le puede encerrar en una cuarentena. Desborda cualquier imposición. Primero, porque el confinamiento atenta contra la dinámica económica cotidiana de quien la practica. Pero, sobre todo, porque la informalidad ha moldeado un tipo de relacionamiento entre el individuo y el Estado, marcado por la desobediencia del primero frente a la incapacidad del segundo”. El informal no le debe nada al Estado, ya que su vida depende de su propio esfuerzo. No es leal ni le obedece, está fuera del contrato social, no es parte de la república, es un cuasi ciudadano.
La otra explicación viene de lo social: la falta de cooperación es producto de la ignorancia, de la ninguna o pésima educación.
Informal o no, la vida del ciudadano tiene que ser protegida por el Estado. Debe proteger el empleo, y tiene que educar para que la gente en la calle o en la casa no sea un factor de contagio.
La nueva normalidad no se hará realidad sin educación.