El encierro forzado por las circunstancias nos sorprendió en la vorágine de la vida diaria, en medio de una normalidad a la que no le habíamos puesto atención ni la comprendíamos, ni sabíamos que existía, hasta que, de forma imprevista, como si se tratara de un desastre natural que acaba de arrasarlo todo, nos hundimos en la oscuridad, abatidos por la angustia, la incertidumbre y la desazón.
Confinados en nuestros espacios, algunos amplios y cómodos, todo un privilegio en tiempos de cuarentena, en especial frente a la mayoría que resultan tan estrechos y asfixiantes, pero que al final, cuando se desatan las lluvias y arrecia el frío, o cuando aprieta el calor y golpean verticales los rayos del equinoccio, se agradece aquel techo protector que nos sirve igual de barrera, paraguas o escudo.
Además de las preocupaciones económicas, del insomnio que se extiende cada noche un poco más y del futuro brumoso que se perfila en el horizonte, el encierro para algunas personas ha resultado insoportablemente tedioso. Sin embargo, a los que nos gusta leer, este tiempo nos ha servido para ponernos al día en esas obras que se iban acumulando en los libreros, o, en un intento por regresar a nuestros mejores tiempos, hemos vuelto a los libros que en su momento nos deslumbraron, o aquellos que nos sobrecogieron y nos arrancaron lágrimas, e incluso nos hemos escapado de la reclusión para trasladarnos a esos lugares que hoy nos han sido vetados.
Uno de esos libros que me ha sostenido estos días es ‘Cuaderno de la Lluvia’ de Miguel Molina (disponible en versión gratuita), una verdadera exquisitez que nos permite, entre otras travesías, hacer un reconfortante viaje a Roma y las películas que la han retratado; o visitar la desenfrenada Amsterdam, recorrer sus calles estrechas y sus edificios de ladrillo, entrar en la pequeña buhardilla en la que se ocultó Ana Frank y su familia durante más de dos años, y, recordar gracias a la talentosa pluma de Molina, la lluvia incesante de una ciudad que en invierno se convierte en un cementerio de paraguas desbaratados por los vientos.
El viaje de ‘Cuadernos de la lluvia’ discurre, entre otros lugares, por las aguas del Mediterráneo y las plácidas mareas del Pacífico que bañan Manabí, esos mares que ahora quizás han recuperdo en algo la transparencia de sus primeros tiempos, cuando apenas nacían y eran tan azules y brillantes que debían cegar un instante a quien los contemplaba; o nos conduce desde la ruidosa y caótica Nueva Delhi, que hoy se ve desolada como nunca antes, hasta los imponentes Himalayas, la cordillera de gigantes que contempló desde el cielo la formación del mundo.
Las crónicas de Miguel Molina, boyas flotantes en medio de esta larga tormenta, rescatarán sin duda a muchas personas del oleaje furioso del aburrimiento, y los llevarán de la mano, en medio de la lluvia y bajo techo, hacia esos parajes que hoy solo están abiertos a los sueños y a las páginas de los buenos libros.