Novias elegantes y sin novios. Es el espectáculo que se observa en las noches en la Plaza Grande, en el Centro Histórico. Están acompañadas por un fotógrafo, que las retrata junto a los monumentos patrimoniales.
Cada noche, la Plaza Grande se convierte en un estudio fotográfico para las novias, pero no necesariamente en el día de su boda.
Hay quienes prefieren dejar la tradicional sesión para después de la fiesta. Es un momento que se dedica solo a ellas, por eso no van acompañadas por sus novios o esposos. No les importa volver a vestirse, peinarse y maquillarse tal como lucieron en su matrimonio. El martes pasado, Adriana Montenegro, de 35 años, llegó apresurada. Su cita con Diego Granja, fotógrafo profesional desde hace 28 años, era a las 20:00. Ella estuvo allí una hora después.
Lucía un vestido corto de encaje, tenía el cabello recogido y un velo que cubría su rostro. Esta prenda fue un regalo de su madre. A los transeúntes les llamó la atención los zapatos de tacones verdes que eran parte de su conjunto. Montenegro se casó hace un mes. Para ella, el día de la boda es muy estresante, porque se debe estar pendiente de todo, de los invitados, de las bebidas, etc. Por eso eligió otra fecha para las fotos posadas. “Se debe estar relajada”.
Granja, con su cámara Nikon D300S la fotografió en los árboles, en la pileta, junto al Palacio Arzobispal y a la Catedral.
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Ella fue espontánea. Se olvidó del ajetreo que vivió durante dos horas y media. Salió de la oficina a las 18:00, corrió a cambiarse, a la peluquería y luego adonde Pablo Latorre, maquillador de novias. Volvió a sentir la emoción y la adrenalina del día de su casamiento. Esa noche su esposo, Francisco Ribadeneira, asistía a las clases de maestría. Para ella, la Plaza Grande es un lugar lleno de historia, rodeado de una hermosa arquitectura. Su ilusión siempre fue fotografiarse en lo que considera el lugar más hermoso de Quito. “La luz en los edificios crea un ambiente mágico”.
Esta ilusión también la compartió Evelyn Ortiz, de 25 años. Ella se casó hace cuatro meses con Santiago Pérez. Sus fotos estaban programadas para el día de su boda, pero esa noche las luces de la Plaza Grande estaban apagadas. No dudó en volver a repetir la sesión. “Las fotos del matrimonio son para toda la vida y se debe escoger el mejor lugar”.
Su largo vestido estilo princesa se arrastró por toda la plaza. Los bordes estaban ennegrecidos por el polvo de los adoquines. No le importaba volver a gastar otros USD 25 en la lavandería.
Para ella, la sesión de fotos fue una oportunidad para volver a usar el vestido. “Piensas que solo lo utilizarás una vez. Ponérmelo otra vez es volver a vivir el momento del casamiento”.
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En la esquina de la García Moreno y Espejo, Granja aprovechó la luz roja del semáforo para retratarla. Los faros de un carro particular que esperaba el cambio de luz sirvieron para iluminar la escena. Hubo personas que también la fotografiaban con sus celulares. Juan Llasha, uno de los militares que protesta en la Plaza, la seguía por todos lados. Para él es algo curioso ver a novias pasearse solas. Es oriundo de Pastaza y allá no hay esa costumbre.
La rehabilitación del Centro Histórico incentivó a Granja a ofrecer dentro de sus paquetes, cuyo valor varían entre USD 500 y 1300, fotos en la Plaza Grande. Para él, las novias no escatiman nada cuando de fotos se trata.
La mejor escena es cuando llueve porque en el piso se forma un juego de luces. “A ellas no les importa mojar el vestido”.
En una ocasión pasaba un grupo de motociclistas. Granja se arriesgó y les pidió de favor que rodearan a la novia. Logró una foto increíble. Tampoco olvida cuando la novia subió a la moto de un policía. “Es emocionante verlas. Son muy versátiles”.
A las 22:00 terminaron las sesiones de Montenegro y Ortiz. Ambas coincidían en que valió la pena el esfuerzo de ser novias por segunda vez. Querían ir a sus casas para que sus esposos las vieran.