Los acontecimientos de la política mundial y nacional me recuerdan las turbulencias que, con una cierta frecuencia, toca sufrir en los aviones.
En este momento, pareciera que el mundo nos arrastra de forma inmisericorde por una de esas espirales de violencia y turbación que no acabamos de saber qué significa y hacia dónde nos lleva. Cuando veo la foto oficial del último G7 (la llaman foto de familia) y, al mismo tiempo, las protestas en las calles de los inconformes (en Biarritz, en Hong Kong o en Tijuana, en Chile, en Bolivia, en Francia, en Colombia) lo mismo que cuando escucho el lenguaje oficial de nuestros políticos y contemplo la cantidad cada día mayor de pobres, migrantes y refugiados, pienso que vivimos en un mundo profundamente dislocado y siento el temor de que el torbellino nos envuelva y nos arrastre hacia el desastre. En educación nos faltan maestros cualificados, en medicina faltan especialistas y en política nos faltan estadistas, gente capaz de ilusionar al pueblo en un destino, en una aventura común y, al mismo tiempo de imaginar el país que queremos ser dentro de cincuenta años.
Quizá por eso, me da ternura y admiro profundamente a este Papa discutido y rechazado por algunos santos padres que viven lejos, muy lejos, del pueblo, de los jóvenes y de los pobres, de los sencillos y necesitados de amor y de esperanza. Cito al Papa porque, lejos de refugiarse entre las murallas leoninas del Vaticano, no tiene reparo en lanzarse en cuerpo y alma a poner el dedo en la llaga de tantos problemas de enjundia como nos rodean. Me pregunto si los dirigentes del mundo que nos han tocado en suerte tienen la lucidez, fortaleza y sabiduría necesarias. Respecto de mi querida Europa, si algo me duele en el asunto del Brexit es que Moscú, Washington y Pekín se están frotando las manos, mientras queda en evidencia la debilidad de Europa y la escasez de materia gris que almacena. ¿Y América Latina? Pues las reservas tampoco son como para cantar loas y tirar cohetes. Si Dios no lo remedia seguiremos en la inestabilidad y volveremos a la agitación.
Comprendo que nuestro país no puede pararse para pensar, recuperar el rigor histórico, definir bien los valores éticos que queremos promover y reconducir la patria por senderos de equidad, justicia social y honestidad. Por eso, porque no podemos parar, dado que el cada día nos devora, necesitamos con urgencia estadistas capaces de soñar y construir al mismo tiempo la pequeña patria grande. Si el nuestro es un Estado social de derecho, tendríamos que poner todos de parte para promover una economía social y solidaria, la justicia, la equidad y los derechos civiles de todos, eso sí, sin trampa ni cartón. Pero, a veces, da la sensación de que, como en Sodoma y Gomorra, aquí no queda ni un justo que nos salve de lo que nos merecemos.