La decisión más trascendental en materia económica en el país cumplió 20 años y tiene alta popularidad entre los ciudadanos, lo cual dice mucho de los beneficios sociales que ha generado la medida desde que entró en vigor, el 9 de enero del 2000.
En un país con un largo historial de devaluaciones e inflación en las décadas de los 80 y 90, la dolarización terminó convirtiéndose en la mejor política monetaria y cambiaria del Ecuador, ya que permitió mantener el poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores. Y también puso fin a una práctica con la que las empresas y las personas con alto poder adquisitivo podían protegerse de las devaluaciones, mientras las de menores ingresos veían cómo se deterioraba su capacidad de compra.
Desde un inicio se sabía que la dolarización no era un plan o un modelo económico. A lo mucho brindaba estabilidad en el ámbito monetario y cambiario, lo cual no ocurría con la moneda anterior, el sucre.
Pero esa estabilidad ya era bastante, pues permitió planificar a mediano y largo plazos, fomentando el crédito hipotecario y de consumo, aprovechando el mayor poder adquisitivo de los trabajadores.
Incluso los exportadores, que se opusieron a la dolarización en un inicio, ahora destacan sus beneficios. El país facturaba USD 2 484 millones en exportaciones no petroleras hace 20 años. En el 2018 fueron USD 12 804 millones. También se diversificó el número de productos y de destinos.
Lo anterior fue posible, en buena medida, gracias a que la dolarización obligó a los empresarios a trabajar en productividad, para lo cual se necesita invertir en tecnología, capacitación, infraestructura, promoción, búsqueda de mercados, etc.
Las mejoras en productividad y competitividad, sin embargo, requieren de un trabajo permanente y alineado con el gobierno, con el fin de generar un entorno macroeconómico estable, que permita atraer inversiones, crear nuevas empresas y fomentar el empleo formal.
La crisis de los últimos años evidencia que esa tarea está pendiente, y no depende de la dolarización.