El inicio de un nuevo año y, por consiguiente, de una nueva década debería llevarnos a analizar sobre nuestros más preciados anhelos que tenemos como sociedad y como país.
Tengo la impresión de que los ecuatorianos y buena parte de los latinoamericanos tenemos serias dificultades de mirar más allá de nuestras narices y de proyectarlos, de manera clara y sensata, hacia el futuro.
Parecería que los problemas de coyuntura nos agobian tanto que no podemos ver más allá. A nivel regional, la situación económica y política se agrava. El aumento de los niveles de pobreza, desigualdad y miseria llenan de angustia producto de la crisis económica. Esto ha puesto en cuestión a la democracia, lo cual ha abierto las puertas a nuevos populismos y autoritarismos.
En el Ecuador el problema fiscal, originado en la época del correismo, no da para más. Está en un punto crítico. El déficit fiscal en 2019, de un presupuesto de USD 24273 millones, fue de USD 4043 millones. Solo el gasto para la burocracia fue de USD 9297 millones (el 38% del presupuesto).
Esto está poniendo en peligro la continuidad de la dolarización y ha hecho incluso que el impulso de un modelo económico basado en la iniciativa privada quede rezagado.
Es más, la prioridad en lo fiscal está afectando en los niveles de crecimiento de la economía, la baja del desempleo, el trabajo informal…
Como si esto no fuera suficiente, hay otros problemas que preocupan. Corrupción e impunidad. Pobreza y desigualdad. Violencia y la inseguridad ciudadana. La contaminación ambiental y mal manejo de áreas protegidas y de conservación. El consumo de drogas en nuestros jóvenes. La discordia y rencor social generados por motivos político-ideológicos. El machismo, racismo y xenofobia…
Muchos regresan a ver a los gobernantes, “líderes políticos”, dirigentes gremiales, sindicales, indígenas, académicos, sociedad civil… pero no se encuentran respuestas. Respuestas parciales a los problemas de coyuntura posiblemente si pero soluciones a los temas de fondo y de largo plazo no. Pese a ello, países de otros continentes avanzan. Estamos al margen de los nuevos adelantos de la ciencia, la inteligencia artificial, el desarrollo tecnológico y de la llamada IV Revolución Industrial. Seguimos pensando como países proveedores de materias primas, como países exportadores de inmigrantes y de pobreza, como países subdesarrollados que no han sido capaces de valorar debidamente sus capacidades para en base de ello insertarse inteligentemente en la globalización.
Es necesario que, como sociedad, veamos de diferente manera las cosas. Los problemas de coyuntura deberían tratarse desde un horizonte de más largo plazo, planteando soluciones reales que nos permitan evaluar al final del año y de la década cuánto hemos avanzando. Es decir, un salto cualitativo en la forma de gobernar, de organizarse y de vivir en sociedad.
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