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Hace 30 años cayó el muro de Berlín, anunciando el fin de la guerra fría y el derrumbe del socialismo real. El capitalismo se alzaba triunfante, quedando como único actor en el escenario global.
En estos días, exactamente a los 30 años de aquel suceso, la cereza del pastel del capitalismo, el ensayo neoliberal chileno, ha exhibido sus costuras y se resquebraja, debido a la poderosa interpelación del pueblo de Chile.
Sin embargo, en Sudamérica, en estas horas, no solo se agrieta el esquema capitalista, también acelera su desplome otro paradigma menor: el Socialismo del S. XXI.
Por obra del octubre incendiario, América Latina, temporalmente se encuentra con paradigmas muy debilitados y sin legitimidad. Las élites conservadoras y algunos organismos de crédito, rápidamente pondrán parches al arquetipo caduco. Los pueblos, superando telarañas ideológicas, sepultarán al Socialismo del S. XXI. Tal “orfandad” podría ser una oportunidad para explorar otras rutas de desarrollo, inspiradas en la justicia social y el bien común.
El nuevo modelo, debería superar el viejo esquema primario-exportador vigente desde el S. XVIII. La extrema fragilidad en el mercado mundial de un solo producto (cacao, banano, petróleo), al ser eje de la economía, ha gestado cíclicamente, momentos de auge, y dramáticas crisis sociales y políticas, como ahora. Por esto el nuevo modelo debe provenir de la investigación geo política, económica y estratégica de nuestras posibilidades en un mundo contemporáneo amenazado por el calentamiento global, el individualismo extremo y la concentración absurda de capital.
Hay que superar el economicismo. Esto es, construir un paradigma donde lo económico no sea el centro, sino que interactúe con los otros factores de la realidad, edificando una propuesta civilizatoria integral, donde la economía y la cultura, al unísono, produzcan y reproduzcan la vida teniendo como centro de su acción al ser humano, que se sabe parte de la naturaleza.
Por cientos de años, como país, hemos vivido en relaciones de dependencia, con escasos chispazos de autonomía. Hemos sido serviles reproductores de pensamiento ajeno, o ejecutores de agendas privadas, internas o foráneas. Debido a la insurrección de octubre, se han creado condiciones para gestar un pensamiento propio. Nuestras universidades junto a la sociedad deberían liderar este proceso, en diálogo con el Gobierno y con las élites.
Para esto se requiere confianza y espíritu democrático. Pero la coyuntura es adversa. Esta el peligroso hueco fiscal. Están las heridas y prejuicios innombrables que sacó a flote el incendio social. El olor a guerra está en los trajes y corazones de los líderes e ‘influencers’, de lado y lado.
Mientras baja la temperatura, los más serenos y estrategas deben empezar los trazos de la tercera vía de desarrollo, alternativa al neoliberalismo y al socialismo del siglo XXI.