El caos en que cayó Ecuador esta semana tiene como responsables directos a Rafael Correa y a Nicolás Maduro, una combinación peligrosa de tiranía y mediocridad alentada por recursos económicos de oscura procedencia e impulsada por las esquirlas de la implosión del Foro de Sao Paulo que, entre muertos, prófugos y encarcelados por corrupción, se ha llevado buena parte de los dictadores latinoamericanos del siglo XXI.
Hace pocos días se reunieron en Venezuela, a instancias de Maduro, varios acólitos del correísmo para planificar las acciones que se habían anticipado un año antes mediante anuncio público de Ricardo Patiño (ex ministro de gobierno y ex canciller de Correa) que anticipó la lucha armada en contra del Gobierno de Lenín Moreno.
Los golpistas debieron esperar unos meses para activar a sus huestes. El anuncio de las nuevas medidas económicas fue el detonante que esperaban los insurrectos. Así, llegado el momento, se filtraron en las organizaciones indígenas y las motivaron a realizar un gran paro nacional con cierre de vías y manifestaciones urbanas en las que se confundieron maleantes y delincuentes comunes, saqueadores y terroristas para formar el caos y desestabilizar al Gobierno.
El tiempo les fue favorable, pues la última semana se debía iniciar el juicio antes denominado “arroz verde”, por corrupción, contra Correa y varios funcionarios de su gobierno. Consiguieron, por ahora, eludir a la justicia ya que el juicio se pospuso, y sin duda harán lo posible para dilatar aún más los procesos que tienen en su contra por el mayor asalto de la historia a los fondos públicos del país.
El objetivo evidente era derrocar al Gobierno de Moreno y disfrazar el golpe con una convocatoria a elecciones anticipadas. Así lo anunció el propio Correa en medios de comunicación internacional, así lo proclamaron sus adláteres y cómplices: prefectos, alcaldes y concejales en funciones, activistas desempleados y una gama variopinta de personajes expertos en tumultos, reyertas y rebeliones.
Pero claro, no contaron los ideólogos del golpe con la memoria histórica de un país en el que las movilizaciones sociales jamás alcanzaron los tintes de violencia y descontrol de esta semana, y muy pronto, antes de que ellos lo imaginaran y lo desearan, quedaron al descubierto. El pillaje, la extorsión, el secuestro de trabajadores, el asalto a florícolas y haciendas, el saqueo de almacenes y la destrucción de fábricas e industrias los desnudó por completo tal como son, tal como pretenden que sea otra vez el país: caótico, desenfrenado, caudillista, inmoral, sometido a la voluntad omnímoda de un tirano sin controles ni jueces ni leyes que lo frenen, sancionen o limiten.
Los golpistas, descubiertos en falta, todavía no han cedido en sus perversas e ilegítimas pretensiones. No cederán fácilmente, pues buscan la impunidad, la revancha, el indulto de sus condenas y una nueva oportunidad para arrasar con lo que se les quedó en el saqueo de la última década.