Ante los mapas expuestos no pueden escaparse los versos escritos por el maestro William Ospina, en su poema Los ojos de Rodrigo de Triana: “Tienes que comenzar por sentir el mar a tu alrededor…” Entonces la fascinación del navegante que avizora esa tierra incógnita, después llamada América, se contagia a todo el cuerpo de quien camina por las cuatro salas de la muestra ‘Cartografía de las Américas’.
En el Museo Nacional, afincado en la Casa de la Cultura, se exponen 30 piezas de un total que superaba los 200 documentos, entre cartas de navegación, mapas y atlas, que reposaban en el Fondo de Ciencias Humanas del Ministerio de Cultura y que antes pertenecieron a Jacinto Jijón y Caamaño. Los documentos ahora se exhiben gracias a la investigación liderada por la historiadora Sabrina Guerra, de la Universidad San Francisco de Quito. Ella junto a Carolina Vega y Mateo Ponce se adentraron en los archivos, los ácaros y la humedad, hasta demostrar que no es el mapa el que guía al tesoro, sino el mismo plano, la joya extraordinaria.
Sabrina y Carolina, minutos antes de la apertura de la muestra, se dieron tiempo para un recorrido, que más que una guía museística, fue una explayada lección de historia y una oportunidad gozosa para deleitarse frente al arte.
Al encanto que se desprende de los documentos corresponde una bien lograda museografía, pues el montaje de la muestra permite acercarse a los mapas y conectar ese registro gráfico con el momento histórico, el emprendimiento de los viajeros y el motivo de las expediciones. Con bases herrumbrosas se sostienen los cristales que exponen los mapas, con su papel y su tinta, pero también con la ciencia, la ambición política y la capacidad fabuladora del cartógrafo.
Un eje didáctico atraviesa la exposición; desde la información que se proporciona sobre cada documento en exhibición, hasta las posibilidades interactivas: proyecciones audiovisuales y otros recursos lúdicos.
Cuatro años y cuatro distintas formas de observar el mundo dan pie a las cuatro salas: 1492- América Terra Incognita; 1539 – América ¿un Nuevo Orbis?; 1614 – El Nuevo Mundo en la cartografía holandesa; y, 1700 – Cartografía de la Ilustración.
A medida que se adelanta en el recorrido, monstruos marinos dan paso a representaciones etnográficas; especulaciones en el trazo de los territorios se concretan con el avance de las expediciones y del conocimiento; una intención política deriva en una comercial y esta, en una científica. Así como se amplían los saberes, el mundo plasmado se va abriendo desde el encierro de sus primeras concepciones, hasta la vastedad de rutas y regiones, de mares y continentes, de costumbres y gentes.
Un libro domina la muestra: la ‘Geografía’, de Ptolomeo. En la página donde está abierto, rostros que soplan representan a los vientos y en el centro un mundo blindado. El resto de mapas de la exposición, explican Sabrina Guerra y Carolina Vega, retoman y renuevan la tradición ptolomeica. A medida que ellas dan razón de los cambios del mundo durante los siglos XVI y XVIII, los documentos grafican esos procesos. Si primero había alegorías en los bordes del mapa, luego entrarían cruces y heráldicas, para finalmente ingresar escalas de medición e ilustraciones científicas. Lo que no se pierde es la rosa de los vientos, ya adornada con motivos religiosos, ya con una flor de lis.
Si bien en los mapas cabe la representación de los territorios como una prueba del dominio imperial y de las disputas por unos metros más, cabe también ese ímpetu del hombre por ir más allá con su conocimiento.
Pero no solo es la historia y la geografía del mundo la que se estampa en los planos; es también la firma del cartógrafo, su registro, su intención, su trazo. Y los nombres se suceden con los años que comprende la muestra: Gerard Mercator, Abraham Ortelius, Zilleti Ruscalli, Martin Waldseemuller, Frederik de Witt, Henricus Hondious, Petrus Bertius, la Academia Francesa…
Y junto a ellos el reconocimiento a los expedicionarios a un Magallanes o a un Francis Drake, a un James Cook o a un De la Condamine. Y también la visión antropológica, en un primer momento exótica del Nuevo Mundo.
‘Cartografía de las Américas’ permanecerá abierta por tres meses. La muestra es entendida como la puerta de entrada para embelesarse ante las maravillas del gran teatro del mundo; para fascinarse como lo hizo, desde el puesto de vigía de La Pinta, Rodrigo de Triana, al gritar: “¡Tieeerra!”
La muestra y los mapas
La exposición permanecerá abierta por tres meses, en el Museo Nacional, en la Casa de la Cultura (Patria y seis de diciembre). La entrada es libre.
Los mapas y atlas fueron propiedad del político e intelectual conservador Jacinto Jijón y Caamaño, quien a lo largo de su vida cultivó la afición por coleccionar antiguos originales de libros y mapas.
No todos los documentos se hallaban en buenas condiciones. Fue necesario un proceso de recuperación y restauración que lo llevó a cabo personal del Ministerio de Cultura.
La muestra ha destinado una zona para los más pequeños, quienes a través de pantallas interactivas podrán conocer más de cerca a sus autores, año de elaboración, zonas, etc. Asimismo, hay opciones lúdicas.