Que tire la primera piedra quien, habiendo nacido y/o crecido en Occidente, no sea hijo de Marcel Duchamp, de los yippies, de Tristán Tzara o de los rebeldes holandeses, ingleses, escandinavos o berlineses, de Isidore Isou, de los inimitables beats o de ese devoto del LSD llamado Timothy Leary…
Después de leer ‘El puño invisible’, de Carlos Granés (Bogotá, 1975), uno ya no lo puede negar: somos los hijos más o menos aventajados que parieron -a veces en silencio, a veces estruendosamente- las vanguardias artísticas del siglo XX, a las que muchos encontraron además de excéntricas, estériles, pero se equivocaron.
Como apunta Granés, quien con este libro ganó el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco 2011, para las vanguardias “la cuestión no era transformar las estructuras del Estado; la cuestión era transformar la vida”. Lo lograron, en un período que demoró aproximadamente 60 años -desde inicios del siglo pasado-, y que caló en la sociedad, haciendo del comportamiento irreverente y hedonista de ciertos artistas el modelo a seguir por millones de jóvenes de buena parte del mundo. Esta hipótesis, Granés la desarrolla a lo largo de 465 páginas, que se leen rápido.
Escrito de manera clara y agradable, con “agilidad cinematográfica”, como señaló el jurado, ‘El puño…’ es una obra referencial para entender la cultura y entendernos a nosotros mismos. Por el tono en el que está escrito, a ratos, parece más una conversación.
Esto no se contradice con el rigor que este antropólogo, especializado en arte, le puso a la investigación, que da cuenta de los principales episodios y personajes del arte moderno. Todo con un fin: comprobar que mientras las grandes revoluciones políticas del siglo XX se diluyeron o deslegitimaron con el tiempo, las ‘pequeñas’ rebeliones artísticas terminaron convirtiéndose en una revolución cultural, que fue “(…) ganando adeptos, transformando escalas de valores e influyendo en las elecciones vitales”.
Tan entretenido como una revista del corazón, por los intríngulis y anécdotas de los protagonistas de este proceso, ‘El puño…’ es igualmente iluminador, como lo puede ser un libro de historia.
Granés dividió en dos partes su ensayo. En el bloque inicial da cuenta exhaustiva de los pormenores de la vida y obra de los vanguardistas. En el segundo, pone sus cartas sobre la mesa y deja ver lo que piensa sobre todo lo que ha contado en la primera parte. Por ejemplo, cuestiona ese arte que solo se puede apreciar previa lectura de manuales sociológicos; lo mismo con la legitimación de la banalidad. Y también pone la mirada sobre los indignados contemporáneos y hace paralelismos con sus antecesores de finales de los años 60 en París; mientras los segundos querían destruir la sociedad de bienestar, por opresora, los primeros vuelven a exigir el bienestar y la seguridad que la sociedad ahora les mezquina.
En fin, ‘El puño…’ es un libro que invita más que nada a pensar, y quizá solo nos deja una certeza: somos hijos de las vanguardias de Occidente, no lo podemos negar.
Entrevista
Carlos Granés/ Escritor
‘Latinoamérica sí tuvo sus propias vanguardias’
¿Qué pasaba en A. Latina en ese mismo período en cuanto a vanguardias?
Hubo una actividad vanguardista muy importante, porque la influencia europea llegó muy rápido. Se formaron muchos grupos poéticos y artísticos que replicaron ese espíritu revolucionario.
Mencione algunos.
Está un grupo de poetas chilenos que se llamaba Agú, de los años 20, que intentaron remedar el tipo de desplantes dadaístas. O personajes como José Carlos Mariátegui que vivió en Turín mientras el futurismo estaba en auge.
¿Hubo propuestas de ruptura que nacieran acá?
Es difícil saberlo. Pero el caso de Mariátegui es interesante porque muchas vanguardias buscaron fuentes morales distintas para crear un hombre y una sociedad nuevos. Y cuando él vuelve al Perú encuentra que esa otra fuente moral no occidental es la indígena y de ahí salen una cantidad de elementos para el indigenismo.
Además de Buenos Aires y México DF, ¿cuáles fueron los polos de creación acá ?
Puerto Rico, en donde hubo movimientos poéticos importantes, y Chile también. Pero no abordé Latinoamérica porque el tema es tan vasto que hubiera implicado escribir un segundo libro.
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