Iglesia de Guápulo antes del terremoto de 1868. El primer incendio se remonta a 1837, causó graves daños. Foto: www.fotografiapatrimonial.gob.ec.
Con este titular, probablemente inserto a última hora, EL COMERCIO abría la portada del 29 de junio de 1929, con una corta, pero destacada nota, que informaba que la noche anterior el santuario “ha quedado (…) casi destruido (…) pues las llamas habían abrasado todo el recinto sagrado”.
Ese mismo sábado, a la luz del día, se pudo aquilatar la dimensión de la tragedia. Un vecino, a eso de las ocho y treinta de la noche, había dado la voz de alarma al ver una densa columna de humo por la linterna de la cúpula, pero ya era tarde. Cuando entraron al templo el retablo mayor ardía, la imagen de la Virgen estaba calcinada, así como las obras de arte del presbiterio y el antiguo camarín, que servía de sacristía. Un cortocircuito en las precarias instalaciones eléctricas causó el siniestro, y como la energía provenía de una planta cercana, se pidió su corte inmediato.
Todo era escaso en Guápulo, la población no pasaba de un millar de habitantes y no había red de agua potable. Se llamó por teléfono a Quito a pedir ayuda a la Policía y no a los bomberos, pues aún no existían en la capital. ¿Qué podían hacer los guapuleños en medio de las tinieblas? Alumbrados por las llamas, junto a los religiosos redentoristas que servían en el santuario, buscaban controlar el fuego arrojando una miserable cantidad de agua, acarreada de una distante vertiente con trastos domésticos: jarras, lavacaras, baldes…
Al menos evitaron que el fuego se propagara y al llegar los gendarmes, nada pudieron hacer, el retablo mayor era una pira de carbón humeante. Ya eran las doce de la noche.
El mismo día, el arzobispo de Quito, Manuel María Pólit Lasso, acompañado de otros sacerdotes y en especial por el Dr. Juan de Dios Navas, quien había sido párroco del santuario por casi una década y su más importante historiador (‘Guápulo y su santuario. 1581-1926’, Quito, imprenta del Clero, 1926), acudió para realizar una evaluación más serena.
Interior de la iglesia de Guápulo. El moderno retablo fue inaugurado y bendecido el 19 de octubre de 1941. Foto: Archivo EL COMERCIO
El retablo mayor y la imagen venerada habían desaparecido. El fuego había consumido la mayor parte del ajuar de la Virgen y los ornamentos litúrgicos. El edificio de ladrillo había resistido y habían desaparecido los elementos de madera de la cúpula: el barandal del interior del tambor y los bastidores de las ventanas. Los cuadros quemados del presbiterio “eran todos modernos y sin mérito artístico, excepto el cuadro primitivo de la Virgen de gran importancia histórica, y cuya desaparición es de sentirse mucho”, decía el prelado en una carta a EL COMERCIO.
Los cuadros que quedaban, muchos restaurados con motivo del centenario de la Batalla de Pichincha (1922), fueron llevados al Museo Nacional para salvaguardarlos, por orden del presidente Isidro Ayora y con el auxilio del director de la Escuela de Bellas Artes, y debían regresar al templo una vez que este estuviera reparado.
El valioso frontal de plata había sufrido daños que se estimaban reparables: “De las treinta y dos chapas de plata repujada y de los quince medallones, que componían el frontal, algunos están tostados pero intactos, otros pueden fácilmente arreglarse y unos pocos hay que reponer…” (EL COMERCIO del 2 / 07 / 1929).
El ilustre prelado, quien tenía una sólida formación histórica, inmediatamente propuso que la reconstrucción del retablo mayor se hiciera usando como modelo “uno de los viejos y preciosos cuadros de Miguel de Santiago”, aquel en que se mira el interior del templo y su retablo mayor, que ilustra el milagro de la Virgen de Guápulo a una endemoniada.
Monseñor Pólit exhortó a unirse en un gran esfuerzo para recuperar el templo y para esto nombró una Junta Promotora del Santuario de la Santísima Virgen de Guápulo, compuesta por más de una docena de religiosos y dos comités, uno de damas y otro de varones de la sociedad civil.
Pero esta no era la primera vez que se incendiaba Guápulo. No se ha precisado la fecha de otro incendio del mismo carácter destructivo, acaecido hacia 1837, en el cual también desapareció el retablo original, del siglo XVII, y la imagen labrada por el escultor toledano Diego de Robles en diciembre de 1584, por petición de la cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe de Guápulo, a la que policromó y doró Luis de Ribera. Es importante recordar que las imágenes de la Virgen de El Quinche y la de El Cisne son copias realizadas por el mismo artista por petición de comunidades indígenas devotas de María.
Rápidamente la iglesia fue reparada, y ya para inicios de la década de 1840 se había levantado un retablo mayor y una nueva imagen ocupaba el nicho principal. Pero el culto a la Virgen había decaído enormemente, y el deterioro del santuario fue en aumento, acelerándose con los terremotos de 1859 y 1868, fisurándose la bóveda en su clave. En 1870 se vino abajo la cúpula del crucero, y tras una larga y dificultosa reconstrucción dirigida por el arquitecto quiteño Juan Pablo Sanz, se terminó la obra en 1876. Probablemente para financiar la obra, la Curia resolvió sacar a remate en
subasta pública, el 24 de marzo de 1870, las alhajas del Santuario (El Nacional. Nº 414, Quito, 19/03/ 1870).
Poco a poco vino en aumento el culto a la Virgen de Guápulo. En la primera década del siglo XX la Curia encargó el manejo del santuario y parroquia a los padres oblatos, en la segunda década la responsabilidad pasó a los lazaristas y desde 1926 estaba a cargo los padres redentoristas.
La campaña pública no consiguió resultados inmediatos. Probablemente la muerte súbita del arzobispo Pólit, el 28 de octubre de 1932, dificultó la obra y sería al décimo arzobispo de Quito, Carlos María de la Torre, a quien correspondería acelerar y terminar la reconstrucción de Guápulo.
Fue monseñor Pedro Pablo Borja Yerovi el motor de la obra. El moderno retablo fue bendecido el 19 de octubre de 1941, y se inspiró en el cuadro de Miguel de Santiago que hoy se conserva en la vieja sacristía, convertida en museo.
“Fama legendaria es la que asiste a la Ilustre Comuna quiteña, como guardiana y conservadora de los verdaderos monumentos de arte que se encierran en nuestra Capital, mereciendo por este motivo ser apellidada con justicia “la Roma de la América del Sur”. Con estas palabras iniciaba una petición el párroco de Guápulo el 18 de febrero de 1946 a la Alcaldía de Quito, para buscar ayuda en otras obras, recordando cómo se había financiado parte de la obra de restauración del santuario. En una comunicación dirigida por el presidente del Concejo Municipal, Gustavo Mortensen, a la señora Lola Laso de Uribe, se le comunica la aprobación del Concejo para que el contrato “para la restauración del Santuario de Guápulo”, se realice “con el señor doctor Pedro Pablo Borja” (Gaceta Municipal Nº 100, 24/05/1941).
En la sesión solemne por la Batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1941, el Concejo resolvió entregar medalla de oro y diploma de honor al artista Miguel A. Tejada, “por haber llevado a cabo con maestría sin igual la restauración del altar mayor de la Iglesia de Guápulo”, igualmente confirió diploma a Mons. Borja Yerovi, “como justa recompensa a sus desvelos y acertada dirección de la obra de restauración del retablo y altar mayor…”
(Gaceta Municipal Nº 101, 10/08/1941).
Desde 1936, la Curia había encomendado a los franciscanos el servicio de la parroquia y el cuidado del templo, situación que aprovecharon para construir en el costado oeste un edificio neocolonial de mediocre calidad, terminado en 1939, el cual alteró la relación del monumento con el entorno natural.
Pero este templo no es el único que se ha incendiado en la historia de Quito. El Jueves Santo de 1880 ardió el templo del monasterio de La Inmaculada Concepción y más recientemente, el último día de enero de 1996, un desgraciado accidente provocó la pérdida del retablo dedicado a San Francisco Xavier en la iglesia de La Compañía. Quizá podamos volver pronto a comentar estos temas en estas páginas.
*Arquitecto, historiador, especialista en conservación.