Resulta hiriente el doble rasero de quienes invocan ahora la libertad de expresión y los derechos humanos para juzgar el retiro del asilo a Julian Assange, a pesar de que mantuvieron en el país un silencio cómplice ante las violaciones a la libertad de expresión y los derechos básicos durante la década correísta. Doble rasero también cuando exaltan la trascendental importancia del derecho de asilo, pero no dicen esta boca es mía sobre los deberes que conlleva para el asilado.
Unos pocos ejemplos de los silencios. ¿Dónde se hallaban cuando se dictó la Ley Mordaza? ¿Dónde, cuando se condenó a Emilio Palacio y los directivos de El Universo a tres años de prisión y una millonaria indemnización a favor del mandatario por un artículo de opinión? ¿Dónde, cuando el presidente demandó a Juan Carlos Calderón y Christian Zurita por su investigación de los contratos del “gran hermano” con el Estado? Dónde, cuando cada semana se descalificaba y atacaba a periodistas y medios de comunicación?
¿Dónde se hallaban estos nuevos paladines de los derechos humanos cuando el régimen perseguía y encarcelaba a dirigentes indígenas y luchadores sociales? ¿Dónde, cuando acusaba de subversión, sabotaje y terrorismo a jóvenes estudiantes?¿Cuando reprimía a los opositores políticos?
El ex presidente Rafael Correa calificó a Lenin Moreno como el traidor más grande de la historia ecuatoriana y latinoamericana y hasta pidió disculpas al mundo por el final del asilo. ¿Pero no debió antes ofrecerlas por meter al Ecuador en esa tragicomedia de las equivocaciones, prolongada por casi siete años, con tan altos costos para el país y su prestigio internacional y que ha dejado mal parada a la institución del asilo? A Moreno le tocó encarar esa lesiva herencia.
Con la suspensión de la nacionalidad ecuatoriana tramitada con irregularidades a favor del australiano por la ex canciller Espinosa, la justicia se halla obligada a establecer responsabilidades por la grave falta de tramitar esa naturalización,
A Correa le interesaba su vanidosa proyección internacional. La militancia antiestadunidense le subía bonos para llenar el vacío del liderazgo entre los gobiernos del socialismo del siglo XXI después de la muerte de Hugo Chávez. Los correos electrónicos publicados por WikiLeaks pirateados al Partido Demócrata y al jefe de campaña de Hillary Clinton incidieron de modo determinante en los resultados electorales. El escándalo evidenció la injerencia de Putin.
En el juego geopolítico de poderes, se pasaba por alto la instrumentalización de Moscú. Por eso el silencio cuando el australiano, rompiendo los deberes del asilo, intervino en asuntos políticos internos de otros Estados y ante la conducta reprochable y agresiva contra el país al que calificó de insignificante.